Tras el pequeño lapsus que supuso el olvido de ‘Buck Rogers in the 25th Century’ (id, Daniel Haller, 1979) entramos hoy por fin en la década de los ochenta con el primero de los diez filmes —lo sé, el otro día dije que iban a ser once, pero una se ha caído del especial— que ocuparán nuestro particular paseo por aquellos maravillosos diez años. Unos años en los que la fantasía y la aventura fueron tónica más que habitual en el cine y en los que el séptimo arte comenzó a tomarse más en serio sus devaneos con el mundo de la narrativa secuencial aunque ello supusiera producir, como iremos viendo en las próximas cinco semanas, filmes de toda índole que no siempre —por no decir que casi nunca— encontraron respuesta positiva entre crítica y público.
Y empezamos con una cinta que se puso en pie por la sola voluntad de ese productor tan peculiar e imparable que fue Dino De Laurentiis, un nombre que, para bien o para mal, va asociado de forma indeleble a muchísimo de ese cine que forma parte imprescindible de la memoria de aquellos que pasamos de la niñez a la adolescencia hace tres décadas, marcando títulos como ‘Conan el bárbaro’(‘Conan the Barbarian’, John Millius, 1982), ‘Dune’ (id, David Lynch, 1985) o ‘Terroríficamente muertos’ (‘Evil Dead 2’, Sam Raimi, 1987) nuestra forma de entender lo que era el entretenimiento en una sala de cine —aunque quizás llamar entretenimiento a ‘Dune’ sea una desmesurada pretensión por mi parte, ¿o no?—.
‘Flash Gordon’, el cómic
Parece casualidad, pero a saber cuántos acontecimientos de mayor o menor relevancia lo han sido realmente. Sea como sea, el nacimiento de Flash Gordon se producía exactamente el mismo día que cinco años antes Buck Rogers había visto la luz en las tiras de cómic, basando Alex Raymond este personaje de encargo de forma bastante vaga en las narraciones interplanetarias de Edgar Rice Burroughs. La clara intención de Joe Connolly, dirigente de King Features Syndicate del que dimanó la idea, era plantar cara a la inmensa popularidad del aventurero del s.XXV. Poco podía imaginarse Raymond que su creación, que se publicaría de forma ininterrumpida durante sesenta años, llegaría a ser el personaje referencia del cómic de ciencia-ficción.
Representante en cierto modo del intervencionismo de la la política exterior norteamericana, Flash Gordon siempre fue, primero de mano de Raymond, después de aquellos dibujantes que fueron ocupando su puesto en el transcurso de los años —entre los que es obligado nombrar a Mac Raboyo Dan Barry—, la encarnación del bien y un personaje eternamente comprometido en la lucha contra el mal, personificado éste en la figura de Ming el Cruel, el tirano de los reinos de Mongo, un planeta al que Flash se verá transportado junto con su prometida Dale Arden y el profesor Zarkov cuando éste último detecte que la terrible amenaza que se cierne sobre la Tierra y está a punto de destruirla es la proximidad de dicho mundo.
De suma importancia en la historia del cómic, sin género que acote tal afirmación, los diez años del ‘Flash Gordon’ de Alex Raymond vendrían definidos por el tono operístico que el artista quiso imprimir desde un principio al personaje, salvando de esta manera en no pocas ocasiones las inconsistencias de unos guiones que sustituían con descaro la ciencia-ficción por el desaforado romanticismo de los libros de caballería, siendo en última instancia el héroe una renovada representación del caballero andante que cambia los castillos por ciudades suspendidas en el aire, las monturas por extraños medios de transporte y las lanzas y espadas por las inevitables pistolas de mortíferos rayos.
Años de depresión, años de seriales
Al igual que le había ocurrido a ‘Buck Rogers’, las primeras incursiones cinematográficas de Flash Gordon se remontan a 1935, tan sólo un año después de que el personaje apareciera en los rotativos estadounidenses por primera vez, en un oscuro filme que se basaba descaradamente en el personaje pero que en ningún momento hacía referencia directa a él. Tendría que ser la Universal en 1936 quien, tras comprar los derechos de Flash, no escatimara en gastos a la hora de recrear el fantástico mundo de Mongo para un serial cinematográfico —el presupuesto del mismo osciló entre medio y un millón de dólares, algo así como tres veces el coste habitual de este tipo de producciones—.
Primero de los tres que llegaría a producir la major con Larry Buster Crabbe como el héroe interplanetario, a los trece episodios que conformaron ‘Flash Gordon’ (id, Frederik Stephanic, 1936) le seguirían los quince que integraban ‘El viaje a Marte de Flash Gordon’ (‘Flash Gordon’s Trip to Mars’, Ford L.Beebe y Robert Hill, 1938) y la docena que componían ‘Flash Gordon conquista el universo’ (‘Flash Gordon Conquers the Universe’, Ford L.Beebe y Ray Taylor), alcanzando todos ellos una enorme popularidad entre el público de la época, ávido de la fantasía y el espléndido escapismo de la deprimente realidad post-crack del 29 que ofrecían las aventuras del personaje.
‘Flash Gordon’, space opera de diseño
Tendrían que pasar casi cuarenta años para que el mundo del celuloide volviera a interesarse por Flash Gordon, encontrando durante la década de los setenta, un par de proyectos de muy diferente índole. El primero, una hilarante parodia en clave softcore del personaje que, llevando por título ‘Las aventuras de Flesh Gordon’ (‘Flesh Gordon’, Michael Benveniste, Howard Ziehm, 1974) traslada al sufrido héroe al planeta Porno, un mundo habitado por gigantescos cíclopes fálicos y criaturas ávidas de sexo en el que Flesh tendrá que detener, junto a Dale Ardor y el científico Jerkoff, la amenaza del rayo erótico de Wang el Pervertido (sic).
Junto a tan desopilante propuesta —que llegaría a contar con una secuela en 1990— Flash tendría, en 1979, su inevitable desembarco televisivo, en forma de una recordadísima serie de animación de 24 episodios que fueron emitidos por la NBC y que estuvieron precedidos por un largometraje de unos noventa minutos que podéis ver aquí y que, por extraños motivos, no llegaría a emitirse en Estados Unidos hasta la finalización de la serie en 1982.
Se cuenta que antes de decidir poner en pie ‘La guerra de las galaxias’ (‘Star Wars’, George Lucas, 1977), Lucas coqueteó con la idea de llevar a la gran pantalla las aventuras de Flash Gordon en una suerte de homenaje/remake a los seriales que comentábamos más arriba, pero su imposibilidad de hacerse con los derechos le impidió llevar a cabo tal empresa, consiguiendo Dino De Laurentiis hacerse con la opción de rodar la puesta de largo de las aventuras del héroe de Raymond en 1977, una opción que el productor anunció a bombo y platillo pero que tardó tres años en materializarse.
En esos treinta y seis meses que transcurrieron hasta el estreno de ‘Flash Gordon’ (id, Mike Hodges, 1980) las anécdotas sobre la producción se acumulan hasta lo indecible, desde aquella que apunta a que Laurentiis pretendía que fuera Fellini el director que se hiciera cargo de ponerse tras el objetivo, hasta las que pasan por el primer realizador que estuvo ligado a la misma, Nicholas Roeg. Implicado en la producción de la cinta durante algo más de un año, y habiendo desarrollado gran parte de lo que iba a ser en principio el aspecto visual del filme, Roeg era quien había propuesto a Mike Hodges como potencial realizador para una pretendida secuela que, aún sin haberse filmado ni un plano, Laurentiis quería producir.
Invitado a Nueva York por el italiano, Hodges declinó amablemente la oferta por ser un tipo de cine en el que no se encontraba cómodo, pero cuando Roeg y el primer diseñador de producción escollaron en las típicas “desavenencias creativas” con Laurentiis, éste volvió a insistir en que fuera el responsable de ‘Asesino implacable’ (‘Get Carter’, 1971) quien se hiciera con los mandos de la empresa, contratando asimismo a Danilo Donati, colaborador habitual de Fellini, para que rediseñara toda la producción.
Tras haber firmado la espléndida cinta con Michael Caine, Hodges había rechazado hacerse cargo de la primera entrega de ‘La profecía’ (‘The Omen’, Richard Donner, 1976), abandonando el rodaje de ‘La maldición de Damien’ (‘Damien: Omen II’, Don Taylor, 1978) a las tres semanas de haberlo comenzado. Así las cosas, y aunque muchas fueron las reticencias iniciales que interpuso cuando Laurentiis volvió a acercársele con la propuesta, Hodges terminaría aceptando, metiéndose de lleno en una producción que ocuparía 34 alocadas semanas a principios de 1980.
Afirmando que “nunca pensé que la fuéramos a acabar…NUNCA”, Hodges deja claro el descontrol que fue la filmación de una cinta que, marcada por la personalidad de Laurentiis, vino determinada por la de “artistazo” de Donati: su espectacular trabajo para el filme —un hecho incuestionable, por otra parte—, al que Laurentiis no puso ninguna cortapisa, terminaría siendo uno de los principales responsables de que ‘Flash Gordon’ finalizara su producción alcanzando un presupuesto que, según la fuente que se consulte, varía entre los 20 y los 40 millones de dólares; rango de cifras descabellado para la época teniendo en cuenta que ‘El imperio contrataataca’ (‘Star Wars. Episode V: The Empire Strikes Back’, Irvin Keshner, 1980), estrenada ese mismo año, “sólo” costó 18 millones.
Improvisando gran parte de las soluciones que después pudimos ver en pantalla debido al caos en el que estuvo sumido ‘Flash Gordon’, si hay una cosa que queda clara cuando uno ve el filme por enésima vez —y es que esta es una de esas cintas que fue consumida con avidez una y otra vez durante mi niñez y adolescencia— es que la intención de Mike Hodges era hacer una cinta lo más fiel posible no al cómic de Raymond en particular, que también, sino a las fórmulas del noveno arte en líneas generales. Esta voluntad se traduce en todo momento en el metraje en unos encuadres que siempre van buscando extrañas angulaciones como las que solemos ver en las viñetas, consiguiendo el cineasta telegrafiar al espectador en todo momento que, lo que estamos viendo es, como el mismo comentó “el cómic auténtico llevado al cine”.
A sabiendas de lo mucho que se jugaba De Laurentiis con la producción, no creo descabellado afirmar que también es responsabilidad de Hodges el tono ligero y burlesco que la cinta luce durante sus casi dos horas de metraje, con momentos que buscan en cierto modo homenajear el carácter “retro” del cómic como el improvisado encuentro de fútbol americano o personajes que sólo pueden tener lugar en la página impresa, como Klytus o el Vultan al que da vida un espléndido Brian Blessed, lo mejor de la cinta junto al que sin duda es el plato más fuerte del menú, un inconmensurable Max Von Sydow que se lo pasa bomba encarnando a ese villano genocida y sin escrúpulos que es el Emperador Ming. Al lado del actor germanosueco poco pueden hacer la atlética pero inane presencia de Sam Jones —impuesto por Silvana Mangano, la esposa de Laurentiis por aquella época—, la de Melody Anderson o unos correctos Topol, Ornella Mutti o ese sosias de Errol Flynn que es aquí Timothy Dalton.
Con la música de Queen y Howard Blake como uno de los mayores atractivos de la cinta —la canción de los créditos seguirá siendo siempre una gozada—, es innegable que para disfrutar y seguir disfrutando de ‘Flash Gordon’ uno tiene que desconectar. Desconectar de las sobreactuaciones del reparto; de lo limitado, y estoy siendo generoso, de los efectos visuales y de un guión que apuesta a cada momento por heredar patrones que funcionaban a las mil maravillas en las páginas de Raymond pero que aquí chirrían sobremanera en caso de que, de nuevo, no se “desconecte”, esto es, no se sepa ver el filme con el mismo espíritu desenfadado que lo caracteriza, buscando en él el similar escapismo al que nuestros antepasados de hace ocho décadas encontraron en aquellos seriales en blanco y negro.
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