Se había estrenado el viernes pero, por circunstancias que ahora mismo no recuerdo, no podía ir a verla hasta el domingo. El cine estaba a cinco minutos andando desde casa de mis padres y aún así, ya llegábamos tarde. El frío y la humedad de aquél mes de diciembre no eran impedimentos para que se hubiera formado una cola que daba la vuelta al edificio que ocupaban dos salas ahora reconvertidas en salón de juegos, un interminable desfile de gente que auguraba que no iba a ser sencillo el buscar sitio. Por fin pudimos entrar, cada uno tomando asiento donde quedaban huecos libres, que aquellos no eran tiempos de butacas numeradas. A mi me tocó en una esquina de la segunda o tercera fila de una sala que había ocupado hasta el último resquicio disponible. Sobre la pantalla ya se podían ver los muchos relojes de la destartalada vivienda de Doc Brown.
Al hablar de ‘Regreso al futuro’ (‘Back to the Future’, Robert Zemeckis, 1985) tenemos que hacerlo de una parte tan importante de nuestras vidas —así, sin precisar que vidas son éstas— que recuerdos, sentimientos y realidades se mezclan para conformar un todo de suma relevancia. Y así, la percepción que como crítico se puede tener de ella hoy, intentando hacer un fútil ejercicio de aislamiento, queda ahogada por la miríada de estímulos que sólo su nombre o el tarareo de su genial tema musical despiertan en el cinéfilo que, como servidor, la descubrió con la edad justa. Diez “tiernos añitos” que en ese 1985 ya habían transitado por aquélla inigualable aventura por los muelles de Goon y que pocas veces volverían a encontrar algo en el cine como el primer viaje en el tiempo de Marty McFly.
Nadie quería viajar al pasado
Como ya comenté la pasada semana en la entrada correspondiente a ‘Tras el corazón verde’(‘Romancing the Stone’, 1984), el guión de ‘Regreso al futuro’ fue ideado y escrito por Robert Zemeckis y Bob Gale tras finalizar el rodaje de ‘Frenos rotos, coches locos’ (‘Used Cars’, 1980): pasando unos días en el hogar paternal, Gale había encontrado el viejo anuario del instituto de su progenitor, descubriendo con gran asombro que, al igual que él, su padre había sido vicepresidente de curso. Tal descubrimiento le llevó a pensar que, de haber coincidido en la época estudiantil, ambos serían amigos. Sólo unos pasos separaban a tal línea de pensamiento de la historia de Marty, un chaval de 17 años que, por medio de una máquina del tiempo construida por un excéntrico científico amigo suyo, se ve trasladado a 1955, época en la que sus padres se conocieron y enamoraron.
Pero poder llevar tan espléndida idea a la gran pantalla no iba a resultar asunto sencillo. Tras la escritura del primer tratamiento, Zemeckis y Gale presentarían el proyecto a la Columbia, una productora que después del relativo fracaso que fue la anterior cinta del realizador, y a pesar de que la idea le gustaba, no creyó conveniente hacer descansar una producción de la envergadura que iba a requerir el filme en los inexpertos hombros de Zemeckis. Motivos muy diferentes fueron los que adujeron en Disney, una casa en la que se llevaron las manos a la cabeza al ver cómo una parte muy importante de la historia era que la madre de Marty en su versión adolescente de 1955 se enamoraba de su propio hijo, ¿temática semi-incestuosa en el hogar de Mickey Mouse? No señor.
Cuatro largos años tuvieron que transcurrir hasta que el éxito de la cinta de aventuras con Michael Douglas y Kathleen Turner les abriera las puertas a “los Bob” para poder filmar prácticamente lo que les viniera en gana. Y ese “lo” iba a ser ‘Regreso al futuro’, que finalmente se llevarían a la Universal para poder volver a contar con el inigualable respaldo de Steven Spielberg como productor ejecutivo. Hecho éste que indudablemente ayudó a la concesión por parte de la major de los 19 millones de dólares que servirían para transportar al público tres décadas en el pasado.
Una nevera no es una máquina del tiempo
Aún contando con el beneplácito del presidente de los estudios, no fueron pocos los cambios que, sobre la idea inicial se tuvieron que hacer antes y durante el rodaje. Para empezar, lo que el mero sentido común y las limitaciones presupuestarias imponían era el cambio de la mascota de Doc de un mono a un perro y, más importante aún, el que el vehículo temporal que sirviera a Marty para viajar a mediados de la década de los cincuenta no fuera la nevera inicialmente prevista; aunque aquí el sentido común está circunscrito a la mentalidad norteamericana y al hecho de que a alguien se le ocurriera decir que no se podía poner un frigorífico por si a algún infante se le ocurría meterse en el de su casa y quedaba en él atrapado (sic).
Retirada la nevera y elegido el Delorean con puertas de apertura vertical por su gran parecido con una nave espacial —algo con lo que el filme bromeará en la primera escena en el pasado—, otro de los cambios significativos efectuados sobre el argumento inicial fue la forma en la que Doc devolvía a Marty al futuro: si en la cinta que se estrenó en cines el regreso se producía por mano de la energía liberada por un rayo, en el libreto inicial el condensador de Fluzo recibía su carga de una de las muchas explosiones nucleares efectuadas en el desierto tras la Segunda Guerra Mundial.
El reparto, incuestionable acierto
De equivalente relevancia a que el guión de Zemeckis y Gale funcionara era que la elección de los actores comportara la precisión exacta para que la empatía con los personajes fuera tan inmediata como la que se da con Marty, George, Lorraine y Doc. Conocidísima es ya la historia en torno al primer elegido para el personaje que otorgaría a Michael J.Fox la fama internacional pero, por si acaso, aquí va bastante resumida: el canadiense, que por aquél entonces rodaba para la Paramount‘Enredos de familia’ (‘Family Ties’, 1982-1989), no fue la primera elección de los responsables de la cinta, que se decantaron por un joven Eric Stoltz que, tras cinco semanas de rodaje y dos secuencias practicamente finalizadas —la del parking del centro comercial y el primer encuentro con George en 1955—, no conseguía transmitir el humor y la jovialidad con la que Zemeckis y Gale habían pensado al personaje.
Optando pues por Michael J.Fox, que durante los tres meses y medio de rodaje durmió unas tres horas diarias de media al tener que compaginar la serie de televisión con el rodaje del filme, ‘Regreso al futuro’ añadió la pieza fundamental que le faltaba a un mecano que ya se asentaba sobre cuatro sólidas bases, las que encarnaban Lea Thompson, Crispin Glover, un Christopher Lloydmagnífico como un genio loco mezcla entre Albert Einstein y un personaje de Tex Avery, y eseF.Thomas Wilson para el que tanto rencor guardábamos por representar a la perfección al matón de turno. Para Fox, como decía, la cinta sería trampolín hacia una carrera que se vió truncada por el Parkinson, dando en este filme tan sobradas muestras de su buen hacer ante la cámara que no es descabellado afirmar que sin él, la película nunca habría sido lo mismo.
En lo que a sus cuatro compañeros respecta, pocos son todos los elogios que pueden ir a parar hacia las espléndidas caracterizaciones a las que el cuarteto se somete para representar a los mismos personajes con treinta años de diferencia, siendo en este sentido espectaculares las transformaciones —y no sólo por labor del maquillaje, cuidado— del matrimonio McFly, con un Crispin Glover que borda al apocado George y nos deja atónitos en su momento determinante en la trama y una Lea Thompson que en esas dos Lorraines tan dispares convence tanto que casi podríamos llegar a olvidar el hecho de que se trata de la misma actriz.
‘Regreso al futuro’, de una ida y una vuelta
Tan complicado que resulta imposible, buscar a un único responsable del perfecto mecanismo de relojería que es ‘Regreso al futuro’ carece de sentido. En su lugar, quizás haya que puntualizar quiénes son los que mayor peso específico aportan a que el filme funcione desde el primer al último segundo y cuáles los que, en un avanzado segundo plano, conforman el inmejorable telón de fondo sobre el que se desarrolla la función. Dividida así la responsabilidad, no cabe duda de que entre estos segundos se encuentran el espectacular diseño de producción de Lawrence Pull —a ver quién es el que se atrevería a decir que la cinta no está rodada realmente en 1955— y, por supuesto, la banda sonora de Alan Silvestri.
Segunda colaboración del compositor con Robert Zemeckis, ‘Regreso al futuro’ supone, sí o sí, la puesta de largo del músico y probablemente una de sus tres mejores partituras: queriendo sacarse la “espinita” de no haber podido conseguir mejores sonoridades en su trabajo para ‘Tras el corazón verde’, Silvestri logra aquí hacerse eco del sinfonismo desaforado que John Williams había venido rescatando para la música de cine desde mediados de los setenta, componiendo un tema tan reconocible como lo han sido siempre las melodías del compositor fetiche de Steven Spielberg ylogrando que toda una generación siga enardeciendo a la que escucha la singular combinación de nueve notas que conforman el leitmotiv de la película.
Con el incomparable escenario que lo anterior supone, es incuestionable que la terna que componen intérpretes, dirección y guión es la que lleva a la cinta a lo más alto. De los primeros ya hemos hablado más arriba, así que hora es ya de dedicarle merecida atención a los otros dos. Con ‘Regreso al futuro’, Zemeckis demostraba a aquellos que hasta entonces no habían querido verlo que no sólo era un ejemplar émulo de Spielberg, sino que, en muchos sentidos, estaba ya a la altura de lo que su mentor había llegado a conseguir en el séptimo arte.
Ya estemos hablando de sentido del ritmo o refiriéndonos a la claridad de su narrativa, queda claro que con éste filme el cineasta conseguía entrar por la puerta grande en los mejores directores de los años ochenta, un título que, si así lo quisiéramos, podría otorgársele sólo por la secuencia de la persecución en monopatín por la plaza central de Hill Valley, una escena que destila toda la esencia de la forma de hacer cine de Zemeckis y que se sitúa, por méritos que van más allá de lo que torpemente podría expresar aquí, como uno de los MOMENTOS cinematográficos por antonomasia del cine de todos los tiempos.
Y si la dirección de Zemeckis resulta fundamental a la hora de valorar ‘Regreso al futuro’, otro tanto es el guión final escrito por el cineasta y Gale. Plagado de detalles y guiños de principio a fin —atención al homenaje simultáneo y desvergonzado a ciertos universos galácticos—, la forma de enhebrar acontecimientos que tiene la cinta se va sustentando en ir dando al público la información necesaria y suficiente para que, almacenada en la memoria a corto plazo, sirva de apoyo a lo que la trama va necesitando. Ejemplos claros de ello son la temprana descripción de la pasión de Marty por la música —que después servirá de perfecta justificación para la secuencia del baile— y, por supuesto, todo lo que rodea al reloj de la torre, protagonista silente del destino de Marty desde que éste recibe el panfleto en el que se reproduce la noticia del rayo.
No voy a entrar, por lo peliagudo del asunto, en tratar de dirimir la cuestión de las muchas paradojas temporales en las que incurre el guión de la cinta, que coquetea a lo largo de su desarrollo con la Teoría del Universo Mutable —aquella que afirma que si se pudiera viajar al pasado y realizar un cambio en éste, se abriría la puerta a una nueva línea temporal, como bien podremos observar en la segunda parte de la trilogía— sin querer postularse en ningún momento como algo más que un filme destinado a entretener a un público objetivo tan vasto que, sinceramente, sólo se me ocurre un rango de edades para las que ‘Regreso al futuro’ no es recomendable.
Con su asombrosa mezcla entre cine de ciencia-ficción, comedia, romance, algo de aventuras y otro poco de acción, ‘Regreso al futuro’ reventó las taquillas de medio mundo, logrando sus 210 millones de dólares recaudados en Estados Unidos colocarla en el primer puesto de las películas estrenadas en 1985. Referente inmediato siempre que se habla del cine de hace tres décadas, la cinta de Zemeckis llegó incluso a trascender el ámbito cinéfilo cuando, en una de las anécdotas más agradables de las muchas que recuerda Bob Gale alrededor del filme, el propio Reagan —que protagoniza uno de los diálogos más descacharrantes del metraje— incorporó a uno de sus discursos una cita de ‘Regreso al futuro’. Tal fue la relevancia de lo logrado por Robert Zemeckis y tal sigue siendo hoy la de un título que, permitídmelo, siempre será un clásico atemporal del séptimo arte.
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