Fue mera casualidad, pero lo cierto es que empecé a leerme la trilogía literaria de ‘Los juegos del hambre’ no mucho después de que se anunciara que Jennifer Lawrence, la chica que ahora todo el mundo adora —y no me extraña—, iba a liderar su adaptación cinematográfica. Poco tiempo después ya había terminado los tres libros con la certeza de que ‘En llamas’ era el menos logrado de todos ellos, por lo que también esperaba que su salto al cine iba a dar pie a la película menos interesante de la franquicia, pero tampoco era algo que me preocupase en exceso tras lo mucho que disfruté con ‘Los juegos del hambre’ (‘The Hunger Games’, Gary Ross, 2012).
Las dudas aparecieron tras la contratación de Francis Lawrence para sustituir a Gary Ross al frente de la secuela, ya que yo no me encuentro entre los abundantes detractores del trabajo de puesta en escena de Ross y Lawrence nunca ha sido un realizador que me haya entusiasmado demasiado. El tiempo pasó y me sorprendía el escaso entusiasmo que tenía por ver ‘Los juegos del hambre: En llamas’ (‘The Hunger Games: Catching Fire’, 2013), pero una vez vista puedo deciros que es la mejor adaptación posible del original literario y una película mucho más sólida —y de calidad superior— que su primera entrega.
’Los juegos del hambre: En llamas’, una secuela superior
A estas alturas ya todos sabéis que disfruté bastante con ‘Los juegos del hambre’, donde lo único que realmente me molestaba era el pobre acabado visual y emocional de la última gran batalla durante esta mortal competición. Eso sí, soy consciente de que no era una película tan compacta como algunos les hubiese gustado, ya fuese por la peculiar puesta en escena de Gary Ross o porque todo estaba más encaminado a presentar un personaje femenino fuerte como lo era la Katniss Everdeeninterpretada de forma brillante por Jennifer Lawrence, lo cual se traducía en que muchos personajes no estuviesen del todo bien perfilados. Todo ello ha cambiado en ‘Los juegos del hambre: En llamas’, donde se apuesta por el continuismo, pero corrigiendo defectos, tanto de la primera entrega como de la novela, es decir, nos quedamos con lo mejor, pero no con lo menos estimulante.
Equipararlo con La saga Crepúsculo sería excesivo, pero durante varias decenas de páginas de ‘En llamas’ perdí hasta tal punto el interés que llegué a plantearme el abandonar su lectura por los devaneos emocionales de su protagonista y luego durante gran parte de los propios juegos tenía la sensación de estar leyendo algo muy entretenido, pero demasiado redundante. Dejando de lado las posibles quejas sobre la propia escritura de Suzanne Collins, eso es lo que realmente me molestó de una obra que expandía el universo de Panem y nos preparaba para el gran colofón final que en la gran pantalla se dividirá en dos entregas, una de esas modas tan molestas y extendidas últimamente en Hollywood.
Centrándonos ya en ‘Los juegos del hambre: En llamas’, conviene señalar que Lawrence opta por mantener unos colores apagados en su acabado visual, aunque en este caso sirve un propósito mayor, ya que es un refuerzo más de la sensación de fatalidad inminente que la película quiere —y logra— transmitirnos en todo momento. Cierto que Katniss y Peeta se salieron con la suya, pero el presidente Snow no está nada satisfecho con ello, ya que la gente ha visto en ella un símbolo de esperanza que un régimen como el de Panem no puede permitirse. Sin embargo, Lawrence prefiere dejar de lado la lucha como algo generalizado y también ofrecer una visión más amplia, pero no por pereza o desacertadamente, sino con el objetivo de resaltar el drama humano, entrando ahí su querencia en todo momento por los primeros planos para que las reacciones emocionales de los personajes realmente consigan traspasar nuestra idea de estar viendo únicamente un entretenimiento de lujo, algo que también es la película.
No es que Francis Lawrence se complique demasiado con la puesta en escena, ya que ése es su único gran recurso, pues por lo demás se limita a mantener la calma y que la acción fluya de forma natural, haciendo caso así a una de las quejas mayoritarias respecto a la primera entrega. Eso sí, nada hay de malo en ello, pues a cambio consigue que la historia avance sin bajones de interés o atropelladamente, ya que estamos ante una película en la que está perfectamente justificado que su duración se vaya más allá de las dos horas. El director de la entretenida ‘Soy leyenda’ (‘I Am Legend’, 2007) consigue un ritmo perfecto, en el que es posible pararse de forma constante en el drama humano sin que la historia deje de avanzar, y tampoco se deja seducir en exceso por ciertas tramas —las dudas sentimentales de Katniss—. ¿Qué podría haberse lucido más a nivel personal? Sin duda, pero yo no cambiaría nada de lo que hace en ‘Los juegos del hambre: En llamas’.
Otro detalle que conviene destacar es el gran trabajo de adaptación realizado en el guión de Simon Beaufoy y Michael Arndt, ya que potencian el componente político del relato sin liarse en detalles demasiado complicados para una cinta pensada para recaudar cientos de millones de dólares en todo el mundo. No entendáis esto como una crítica encubierta hacia ‘Los juegos del hambre: En llamas’, ya que no todas las películas aspiran a lo mismo y la que ahora nos ocupa incluso excede todo lo que hubiera esperado de la misma. Además Beaufoy y Arndt muestran su interés en que todos los personajes con algo de peso en la trama estén muy bien definidos, ya sea dándoles tanta cancha como a una Jennifer Lawrence que consigue superarse a sí misma o con apariciones algo más anecdóticas como Lenny Kravitz. Las motivaciones de todos están perfectamente delimitadas y eso es algo que los actores aprovechan al límite todo el material que tienen —obvio es que no todos tienen el mismo talento o las mismas posibilidades de lucimiento, pero ninguno llega a resultar una molestia—.
Unos juegos diferentes
La lucha por la supervivencia era el eje durante los juegos de la primera entrega, pero eso aquí queda relegado no a un segundo plano, pero sí como mínimo a tener una importancia similar a un plan del que el espectador no sabe gran cosa, pero ‘Los juegos del hambre: En llamas’ va desvelando pequeños detalles de forma progresiva, quedando totalmente marginada la presencia de la mayoría de tributos, incluyendo los sanguinarios enemigos directos de nuestros protagonistas. Esto es una gran ayuda para que la puesta en escena más convencional de Lawrence sea sorprendentemente efectiva y que todo forme un conjunto sólido, aunque sea a costa de pequeños detalles como la pérdida de protagonismo y gancho de Finnick. Eso sí, ninguna pega respecto a la actuación de Sam Claflin y tengo que reconocer que uno de mis grandes miedos era que no estuviera a la altura.
No entraré en detalles sobre la resolución de la película, ya que es algo que uno ha de conocer por sí mismo, pero agradecí mucho que hubiera una mayor preparación, limitando así la sensación de ser algo sacado de la manga que transmitía en mayor medida el original literario. Además, dan los suficientes detalles como para que todo cuadre de forma más o menos creíble y te deja con ganas de más. Por último, me gustaría señalar que también es un acierto que ‘Los juegos del hambre: En llamas’ apenas desconecte durante un par de momentos de la competición y que cuando lo hace sea para reforzar la figura del presidente interpretado por Donald Sutherland, un personaje que gana fuerza y poder intimidatorio respecto a su mejorable presentación en la primera entrega, donde el mítico actor hacía que luciera por encima de lo que realmente veíamos en pantalla.
En definitiva, ‘Los juegos del hambre: En llamas’ es un gran entretenimiento, una cinta con mucha más sustancia de la que muchos podrían esperar, la mejor adaptación posible de la peor de las tres novelas de Suzanne Collins y una película mejor y más consistente que la ya de por sí bastante estimulante primera entrega. Si con esos datos no os he despertado al menos la curiosidad por ella, lo único que puedo hacer es recomendaros directamente el visionado de, aunque pueda costar creerlo a priori, una de las mejores películas del año.
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