Por qué hacen comedias las estrellas de acción
Porque quieren que se los tomen en serio
Caso paradigmático: Sylvester Stallone.
Un viejo adagio (enunciado por expertos como Groucho Marx, sin ir más lejos) afirma que un actor capaz de hacerte reír podrá bordar cualquier género. Siempre preso de sus ambiciones de autor total, 'Sly' tardó bastante en hacer suya esta máxima... Y, cuando la asumió, muchos deseamos que jamás la hubiera tenido en cuenta: si tras el exitazo de Rocky trató de cimentar su carrera en dramas con peso social(F.I.S.T. Símbolo de fuerza, La cocina del infierno), el italoamericano buscó una salida al encasillamiento en tres papeles cómicos cuando quedó claro que sus dos papeles más recordados iban a ser el boxeador de Philadelphia y John Rambo: la primera de estas evasiones fue Rhinestone (1984), un trabajo junto aDolly Parton afortunadamente olvidado. Las otras dos, de 1990 y 1992 respectivamente, fueron sendos despropósitos titulados Oscar ¡quita las manos! y ¡Alto! O mi madre dispara, que supusieron durísimos golpes para su carrera.
Para asegurarse el porvenir
Caso paradigmático: Arnold Schwarzenegger.
Ahora, gracias a Stallone y su saga Los mercenarios, sabemos que los actores de acción pueden envejecer como los buenos vinos, cambiando la contundencia por sabiduría y humor. Pero esto no siempre ha sido así: cuando los hábitats naturales del género eran los programas dobles y los videoclubes, la carrera de un cachas fílmico tenía una fecha de caducidad, fijada habitualmente por el decaimiento del tejido muscular y la tolerancia a los esteroides. De ahí que un tipo como Arnold, más listo que el hambre y con instinto para los negocios, pusiera sus ojos en un género barato de producir, atractivo para muchos sectores del público y que, además, no condiciona las ofertas de trabajo a la edad o al tono físico. Sumemos a dicha astucia la vis cómica lucida por el austríaco en sus mejores momentos, y entenderemos los éxitos de Los gemelos golpean dos veces y Poli de guardería. Pero fijémonos también en que, cuando falla el control de calidad, surgen cintas tan fallidas como Junior y la inenarrable Un padre en apuros.
Para captar al público familiar
Caso paradigmático: Dwayne 'The Rock' Johnson.
Está claro que es una generalización barata, pero hay que decirlo: sobre el público del cine de acción pesan una serie de estereotipos, según los cuales estaría formado por varones jóvenes y de gustos no muy refinados. Un gueto, vamos, del cual más de un intérprete quiere escapar en pos del amor de niños pequeños, madres y abuelitos. 'La Roca' lo tenía moderadamente fácil en este sentido, ya que la lucha libre (entorno en el cual es una superestrella) se ve en EE UU más como un espectáculo para todos los públicos que como un deporte violento. Pero eso no excusa su participación en la muy fea Rompedientes.Aun así, señalemos que Dwayne se ha sabido trabajar esta faceta de su carrera a base de personajes secundarios (Los otros dos, Superagente 86) y producciones discretas, pero con encanto (La isla misteriosa), gracias a lo cual acabó haciéndose hueco en producciones de más relumbrón como Dolor y dinero y El mensajero.
Porque saben que pueden hacer más
Caso paradigmático: Vin Diesel.
Lo repetimos una vez más: el calvo de la saga Fast & Furious nos parece un tipo con talento que se toma muy en serio lo que hace. Partiendo de ahí, y aunque pese sobre su carrera el estigma de Un canguro superduro, señalamos que su otra excursión fuera de los tiros y las explosiones resulta un ejemplo muy positivo. Para Declaradme culpable (2006), Diesel fichó de su bolsillo a un Sidney Lumet anciano, pero en plenitud de facultades, probó su amplitud de registros (la película, aunque jocosa, es más una tragicomedia que 'una de risas'), obtuvo resultados financieros suficientes como para amortizar el proyecto y se llevó críticas elogiosas de gurús como Andrew Sarris y Roger Ebert. Y después, hala, a seguir sacando adelante la saga Riddick, y a preparar las sucesivas entregas de su serial de cochazos con la misma seriedad que si fuesen proyectos de cine de autor.
Para volver a los orígenes
Caso paradigmático: Bruce Willis.
Los lectores más veteranos entenderán por qué salimos con estas. Pero debemos una explicación a aquellos que no habían nacido cuando Luz de luna nos hacía troncharnos de risa en TV: durante los 80, hasta que La jungla de cristal (1988) le convirtió en tipo duro con resaca y camiseta de tirantes, a Willis se le veía como un actor cómico con mucho potencial. Después de que John McClane entrase en escena, la cosa cambió... Y los regresos de Willis al género que le dio la fama han oscilado desde entonces entre lo incomprendido (La muerte os sienta tan bien) y lo desastroso (Un muchacho llamado Norte, El desayuno de los campeones, Vaya par de polis) pasando por lo discreto sin más (Falsas apariencias). Todo esto, mientras los críticos aceptaban su talento a regañadientes gracias a Pulp Fiction y El sexto sentido. No sabemos si nuestro hombre lamenta haber cambiado las risas por los tiroteos, pero quienes echamos de menos su lado jocoso siempre nos podemos consolar repasando sus intervenciones en Friends como estrella invitada.
Porque, en el fondo, es lo suyo
Caso paradigmático: Jackie Chan.
En el cine asiático, en general, y en el de Hong Kong en particular, que un actor sepa conjugar la interpretación dramática con las yoyas es algo que se da por hecho. De la misma manera que una estrella de Hollywood precisa tener al menos unas mínimas nociones de canto y baile, nadie arrugará la ceja en esas latitudes cuando un Tony Leung Chiu Wai (por ejemplo) alterne las artes marciales con dramones como Deseando amar. ¿Debería extrañarnos, etonces, que Jackie Chan compagine el kung fu con el arte de hacer reír? Para nada: la experiencia en ambos campos le sobra. Otra cosa es que, una vez en EE UU, el actor se haya desaprovechado a sí mismo con títulos como El esmóquin, Los rebeldes de Shanghai, La vuelta al mundo en 80 días o la incalificable El supercanguro. Sobre el choque de culturas, las diferentes maneras de entender el cine y el amor por el dinero fácil, mejor hablamos otro día...
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