En su eterna relación con la literatura, el cine se ha encontrado en ocasiones con huesos tan duros de adaptar que ha dejado por imposible el empeño. Y así como la moda —que esperemos muera algún día— de trasladar los videojuegos a la gran pantalla ha demostrado que no todo lo que funciona en la pantalla de tu casa sisaxis en mano tiene el mismo impacto en celuloide; en su paso de la viñeta al fotograma, el mundo del noveno arte se ha encontrado en no pocas ocasiones pervertido hasta tal punto que poco o nada queda del tebeo original en lo que podemos contemplar en la sala de cine.
Y aunque algún ejemplo de este lamentable hecho —derivado, no cabe duda, de esa equivocada idea de que todo es susceptible de ser expresado con imágenes en movimiento— ya ha sido revisado en este especial, son bastantes más lo que en el horizonte dibujan una perspectiva nada halagüeña para el que esto suscribe. Un horizonte que comienza a configurarse hoy con ‘Daniel el travieso’ (‘Dennis the Menace’, Nick Castle, 1993) adaptación —es un decir— de la magistral creación de Hank Ketcham y uno de los ejemplos más lamentables de cómic en cine que aparecerá por estas líneas.
‘Daniel el travieso’, un cómic imperecedero
…de repente escuche un tremendo ruido que provenía de las habitaciones y mi mujer entró hecha una furia en el estudio gritándome “¡Tú hijo es una Amenaza!Hank Ketcham
De esta manera contaba Hank Ketcham, antiguo dibujante de los estudios Disney —donde colaboró en cintas como ‘Pinocho’ (‘Pinocchio’, David Hand, 1940) o ‘Bambi’ (id, David Hand, 1942)—, cómo llego a ocurrírsele la idea de ‘Dennis the Menace’ un día en su casa mientras trabajaba en una ilustración para el ‘Saturday Evening Post’. A raíz del comentario de su esposa, un hilo de pensamiento llevó al otro y el artista había creado en menos de cinco minutos a uno de los personajes más reconocibles de la iconografía americana.
Un año después de estos acontecimientos, Daniel era presentado al público en 16 periódicos, pasando al centenar de rotativas a finales de 1951. Y eso sólo era el comienzo. La popularidad del personaje creció de forma desmesurada en los años que siguieron a su aparición, siendo adaptado a televisión en 1959, convirtiéndose más tarde en serie de animación y finalmente en la película que hoy nos ocupa en 1993. Para entonces Daniel contaba ya con publicaciones en más de 1000 periódicos a lo largo de 48 países.
Pero, ¿cuál es el secreto de tan inmenso éxito?. A mi entender, la tremenda repercusión que Daniel tuvo en sus primeros años de vida se debió a tres razones. Por una parte al hecho de que Ketcham reproducía en sus viñetas una de las más queridas épocas de la historia americana: los años 50. Tras los horrores de la guerra, el estado del bienestar promovido por el gobierno de Truman primero y Eisenhower después, provocó un relanzamiento a escala mundial del producto americano, y todavía hoy forman parte de su cultura y de los sueños del estadounidense medio la típica casita con vallas blancas y un Dodge en la entrada; los cafés con las máquinas pinchadiscos y las fuentes de Coca-Cola…en fin, todo aquello que Zemeckis mostraba con sumo detalle en la primera parte de‘Regreso al Futuro’ (‘Back to the Future’, 1986).
Sin embargo, ese éxito se habría visto incapaz de traspasar las fronteras de Estados Unidos de no haber sido por la universalidad de los temas tratados por Ketcham pues, ¿quien no tenía un hijo/hermano/primo de cinco años de edad?. Cualquiera que lea las páginas de la tira verá reflejada más de una situación vivida en sus propias carnes, algo más que lógico si tenemos en cuenta que muchas de dichas tiras —si no la mayoría— salían de experiencias propias de Ketcham o cualquiera de sus colaboradores.
Pero lo que, bajo mi punto de vista, supone el mayor acierto de ‘Daniel el travieso’ es su genialidad gráfica. Coetáneo con la obra magna de Charles M. Schulz, la diferencia entre ‘Daniel…’ y las aventuras de Carlitos y Snoopy es que mientras que éstas se desarrollaban en tres o cuatro paneles —dándole al lector un inicio, un nudo y un desenlace—, Ketcham elimina la primera y la última etapa, convirtiéndose en una instantánea en la que el artista se asomaba al microuniverso de Daniel y dibujaba lo que veía. Y así, en la lectura de las viñetas de ‘Daniel…’ es trabajo del lector el dar un inicio a la situación que estamos viendo, y poner un final —casi siempre desastroso para la temporal victima de las travesuras del terrorífico niño— a dicha viñeta, lo que torna cada página en una historia autocontenida que dependiendo de la mala baba del que está a este lado del papel tendrá una u otra conclusión.
‘Daniel el travieso’, humor para niños
Tan sólo ocho años después de que su flequillo rubio y su tirachinas aparecieran por primera vez en las páginas de los periódicos estadounidenses, la CBS llevaba a las televisiones de todo el país la primera de las adaptaciones que, a lo largo de las décadas, se han efectuado sobre la creación de Hank Ketcham. Durante cuatro temporadas y 146 episodios que precedían al famoso ‘Show de Ed Sullivan’, las aventuras de Daniel, sus padres, el señor Wilson y sus amigos —entre quiénes se contaba un jovencísimo Ron Howard— hicieron las delicias de los pequeños de la época de la misma manera que, tres décadas después, lo haría la serie de animación protagonizada por el temible chaval.
Ambas se aproximan muchísimo más al espíritu del universo creado por el artista estadounidense de lo que podremos ver tanto en un primer largometraje de 1987 destinado directamente a su emisión televisiva, como en la cinta que hoy nos ocupa, una producción tan cercana en sus formulaciones a‘Solo en casa’ (‘Home Alone’, Chris Columbus, 1989) que no resulta extraño encontrar entre los nombres responsables de su realización a John Hughes, guionista detrás de las hilarantes aventuras del inolvidable Kevin McCallister encarnado por Macaulay Culkin y firmante aquí de un libreto que tiene del cómic original el nombre y poco más.
Uno de los mayores errores en los que incurre a mi parecer ‘Daniel el travieso’ es trasladar al presente —al de principios de los noventa, claro está— una acción que debería haberse situado sí o sí en los años 50, respetando así el que, como decía más arriba, es uno de los valores fundamentales del cómic. En su cambio de trasfondo temporal la cinta pierde gran parte de lo que podría haberla convertido en algo diferente, y con el tipo de humor físico del que hace gala, y los gags que van hilvanando la mínima trama, ‘Daniel el travieso’ deviene en un remedo de las comedias con niño que, encabezadas por la citada ‘Solo en casa’, también encontraron ejemplos durante los noventa en títulos como ‘El peque se va de marcha’ (‘Baby’s Day Out’, Patrick Read Johnson, 1994), curiosamente, también con guión de Hughes.
Tan mediocre resulta lo que el guión pone en juego, que dicho epíteto —el de mediocre— puede aplicarse al nivel general de la cinta, ya estemos hablando de la aséptica dirección de Nick Castle —que había conocido tiempos mejores con las simpáticas ‘Starfighter: la aventura comienza’ (‘The Last Starfighter’, 1984) y ‘Más allá de la realidad’ (‘The Boy Who Could Fly’, 1986)—; o hagamos referencia a las olvidables —y estoy siendo benévolo— interpretaciones de un elenco en el que encontramos nombres como Lea Thompson, Christopher Lloyd, Joan Plowright o Walter Matthau en la piel del sufrido vecino de Daniel, un papel que es doloroso exponente de hasta donde se degradó en sus últimos años el otrora gran intérprete de la comedia clásica estadounidense.
Poco importa pues que Mason Gamble —el niño elegido entre 20.000 candidatos— sea la mar de simpático, o que la música de Jerry Goldsmith vuelva a demostrar que para el maestro no había películas pequeñas, dejándonos el score del filme un tema principal memorable —muy similar al que ya compusiera para ‘El gran asalto al tren’ (‘The Great Train Robbery’, Michael Crichton, 1978)—; como decía, poco importan tales cuestiones cuando la historia que traza Hughes —que, por cierto, gira en torno a Daniel y el sr. Wilson y a un ladrón muy malo y sucio que ronda el vecindario cometiendo tropelías como robar bolsos en un parque infantil— no es más que un cúmulo de lugares comunes y personajes planos, y la cinta se dedica a ir de gag en gag sin que lo que haya por medio tenga excesiva relevancia.
Con todo, y aún teniendo que calificar a esta producción como olvidable a rabiar, hay que ser plenamente conscientes no sólo del buen funcionamiento que tuvo en taquilla —costó 35 millones y reportó a nivel internacional algo más de 115— sino de que, en un futuro no muy lejano, volveremos a sacar a colación el asunto de las adaptaciones poco agraciadas en términos bastante más enojosos y lamentables que lo que de ‘Daniel el travieso’ se deriva.
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