jueves, 14 de noviembre de 2013

Cómic en cine: 'El cuervo', de Alex Proyas

El cuervo cartel
Uno le debe respeto a la vida, a la muerte le debemos sólo la verdad.
Voltaire
Como ya hemos podido observar a lo largo de las veinticuatro películas que por ahora conforman este especial de Cómic en cine —un especial que, os recuerdo, superará de forma holgada el centenar de entradas— los acercamientos del séptimo arte al mundo del noveno no siempre han seguido la tendencia que hoy por hoy es la más llamativa, y muchos han sido los títulos y personajes que sin pertenecer al mundillo de los superhéroes han llegado a ver la luz en celuloide con la misma desigual fortuna que los tipos con mallas han llegado a conocer en la gran pantalla.
Y si como ejemplo claro de lo poco que el cómic no de superhéroes ha llegado a dar de sí una vez traducido a cine ya repasamos títulos tan poco memorables como ‘Modesty Blaise, superagente femenino’ (‘Modesty Blaise’, Joseph Losey, 1966), ‘El gato caliente’ (‘Fritz the Cat’, Ralph Bakshi, 1972) o la insoportable ‘Popeye’ (id, Robert Altman, 1980), no es menos cierto que del otro lado ya hemos podido asomarnos a alguna que otra cinta sobresaliente. Una calificación ésta a la que, dependiendo del punto de vista desde el que nos posicionemos, podría adherirse con comodidad la alucinante adaptación de ‘El cuervo’ que sirvió, hace casi dos décadas, de carta de presentación de Alex Proyas.

El negro universo de James O’Barr

El cuervo comic
Muchos son los adjetivos que, una vez leída ‘El cuervo’ podrían venir a colación para definir a la obra por la que James O’Barr formará parte de la historia del noveno arte. Pero ninguno se aproxima tanto a abarcar las muchas sensaciones que transmiten sus poderosas páginas en blanco y negro como fascinante. Fascinante es la variedad del arte que despliega O’Barr en los muy diferentes estilos con los que acomete la historia. Fascinante es la capacidad de ésta para aunar de forma soberbia poesía, violencia, amor y espiritualidad. Fascinante es la inmensa cantidad de recursos narrativos que el autor va inventándose sobre la marcha en una obra en constante evolución. Y fascinante es, en última instancia, el hondo sentimiento que deja en el lector a la que se finaliza, un sentimiento que se ve aumentado sobremanera cuando se atienden a los orígenes de este singular título.
Gestado a principios de los ochenta, ‘El cuervo’ surge de la pulsión de O’Barr por exorcizar los demonios que lo acompañaban desde que en 1978 su prometida fuera atropellada por un conductor borracho. Uniéndose a los marines poco después para copar con la enorme pérdida personal que la muerte de la joven supuso para el artista, O’Barr comenzaría a darle vueltas a lo que terminaría convirtiéndose en la historia de Eric Draven mientras servía en Alemania en 1981, pero no sería hasta ocho años después que las primeras páginas del cómic comenzarían a ver la luz en la editorial Caliber, un sello independiente que llegó a ser de los más importantes en tierras yanquis antes de su cierre en el año 2000.
Recopilada no hace mucho en nuestro país de mano de EDT —en uno de esos volúmenes que todo amante del cómic debería tener en su tebeoteca—, ‘El cuervo’ es una lectura que va ganando con el tiempo y las nuevas aproximaciones que se van haciendo a ella y a la extraordinaria belleza de sus ilustraciones, demostrando O’Barr una paulatina madurez en las páginas de la única obra que ha sido capaz de finalizar que es, no cabe duda, una de las mejores bazas con las que cuenta un título puntal dentro del panorama independiente estadounidense.

‘El cuervo’, sed de venganza

El cuervo 1
Con cinco cortometrajes a sus espaldas, uno de los videos musicales que formaron parte de ‘Songlines’, la antología de 1989 sobre la mítica banda Alphaville y una cinta titulada ‘Spirits of the Air, Gremlins of the Clouds ‘ (id, 1989), decir que Alex Proyas era un perfecto desconocido para el gran público cuando fue elegido por Edward R.Pressman y Jeff Most para ponerse al frente de la adaptación de ‘El cuervo’ (‘The Crow’, 1994) quizás sería quedarse hasta algo cortos. Pero al César lo que es del César, ya que si algo demostraron los productores con su decisión de contratar a un “don nadie” en el mundo del cine eso fue tener una visión de futuro asombrosa.
Desarrollado el guión por David J. Schow y John Shirley, la historia de ‘El cuervo’ no se aparta a grandes rasgos de la que se puede leer en el cómic que le sirve de base, girando ésta en torno a Eric Draven, un joven que asesinado junto a su novia por una pandilla de matones callejeros, volverá a la vida un año más tarde para vengarse de aquellos bajo los que nunca llegó a caer el peso de la justicia. Como cambio más relevante que la cinta efectúa —al margen de otros de pequeña o nula importancia— se encuentran las motivaciones de la banda para asesinarlos, que en el cómic responden a una total aleatoriedad mientras que aquí encuentran fundamento con el que apoyar la inclusión de un cabecilla en la sombra encarnado con desigual eficacia por Michael Wincott.
El cuervo 2
De hecho, ya que estamos señalando una de las flaquezas de la cinta, continuemos apuntalando aquello que nunca me ha parecido que funcionara del todo en el filme y que, al margen de la paupérrrima definición de sus villanos —lo de Bai Ling es “del tebeo“—, tiene que ver con el desarrollo de una trama que, en el esfuerzo por respetar aquello que O’Barr enhebraba en las páginas del cómic, se olvida de que estamos en un medio diferente con necesidades diferentes, y que lo que vale para la viñeta no necesariamente es válido para el fotograma. Con esto quiero matizar que aunque el guión de la cinta funcione bastante bien en términos generales, lo esquemático de su desarrollo y la parquedad con la que se definen los personajes juega en ciertos momentos en su contra, sirviendo de bien poco al devenir de los acontecimientos el excesivo abuso que se hace de los persistentes y reiterativos flashbacks.
Ahora bien, para suplir de sobra los “males” —menores, pero males a fin de cuentas— que aquejan a la producción, encontramos varios valores que se han mostrado incólumes al paso de los años, entre los que se sitúa al frente por méritos muy obvios la espectacular labor de dirección de Alex Proyas: demostrando ser poseedor de una inventiva que no conoce límites, el trabajo del director de ‘Dark City’ (id, 1997) es de una fuerza tan arrolladora que, hasta cierto punto, consigue que nos olvidemos de las flaquezas de la cinta hipnotizados como quedamos por la visualización de esa ciudad gótica y envuelta en sombras por la que se mueve el personaje principal.
El cuervo 3
Cualquiera que haya visto ‘El cuervo’ en alguna ocasión, concurrirá conmigo en que es mucho lo que Proyas pone en juego durante la hora y media larga de metraje que alcanza la cinta, y aunque en algunos momentos su dirección sea deudora en exceso de la estética videoclip, el uso de la misma no es tan hiriente como llegó a serlo en otros productos de la época, compensando las virtudes del “ojo” del cineasta —que se materializan en espléndidos encuadres y ingeniosas angulaciones— el vertiginoso y en ocasiones confuso montaje.
Potenciada la labor del director por la extraordinaria fotografía de Dariuzs Wolski, ‘El cuervo’ se beneficia igualmente de la música de Graeme Revell, tan tétrica y electrizante como las propias imágenes y, por supuesto, de la interpretación de Brandon Lee, cuya muerte durante el rodaje debido a un disparo accidental con un arma de fogueo mal preparada supuso que la Paramount se retirara de la opción de distribuir la cinta y que fuera Miramax la que terminara por hacerse cargo de la misma aportando ocho millones de dólares para permitir que se pudiera completar la filmación.
Responsable asimismo tanto de mucha de la taquilla que hizo la cinta —‘El cuervo’ llegó a recaudar la nada desdeñable cantidad de 144 millones a nivel mundial, nada mal para un filme que había costado sólo 20— como del halo de culto que casi de forma inmediata se levantó alrededor suyo, el trabajo de Lee deja entrever el gran potencial que se escondía tras el joven rostro del hijo del rey de las artes marciales, dando muestras el actor tanto de sus innatas cualidades físicas como de ciertas aptitudes dramáticas que, desgraciadamente, nunca llegarían a desarrollarse.

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