Si uno ojea los noticiarios de Hollywood encontrará muchas y nuevas noticias sobre las actuales franquicias del cine contemporáneo. Al parecer, esta semana hubo noticias sobre quien será Nightwing en la secuela de ‘El hombre de acero’ (Man Of Steel, 2013) que a su vez será un crossover y un relanzamiento de la franquicia de Batman que, de tener éxito, serviría para la prometida película de La Liga de la Justicia.
Hasta aquí nada extraordinario. Tal vez mayor velocidad, el aprovechamiento de la tecnología para hacer que los medios no creen discursos alternativos al del cine de gran dinero sino que lo repitan, lo discutan y hasta se crean con cierta soberanía de un producto que, convenientemente dirigido a un público masculino y juvenil, deberá generar jugosos dividendos para las secuelas y que solamente entonces podrá ser barnizado con estúpidos discursos políticamente correctos sobre los fans y los directores, la pasión de todos los implicados en el proyecto y demás anecdotario para creyentes.
En ese aspecto, Hollywood no ha cambiado tanto. Se hicieron películas de Frankenstein y Drácula hasta que la parodia ridícula las canceló y la renovación vino con otro nuevo estudio, el británico y conocido y brillante Hammer. Se hicieron películas de Tarzán hasta el agotamiento y apenas hoy se recuerdan por razones anecdóticas, no fueron entradas especialmente memorables en la historia del cine. A las versiones emblemáticas del Zorro las separaban poco menos que veinte años.
Así que quiero descartar, claro está, el pesimismo que se ampara en la nostalgia de algo que fue mejor: la verdad es que no, el cine, espectáculo de feria para asombrar a propios y extraños, encontró en el serial de aventuras una fuente tan inagotable como la que ahora encuentra en el fértil territorio del tebeo de superhéroes.
Así que quiero descartar, claro está, el pesimismo que se ampara en la nostalgia de algo que fue mejor: la verdad es que no, el cine, espectáculo de feria para asombrar a propios y extraños, encontró en el serial de aventuras una fuente tan inagotable como la que ahora encuentra en el fértil territorio del tebeo de superhéroes.
Sin embargo, si hay algo mortecino en el hecho de que estas sean las únicas películas que prácticamente rellenen nuestras carteleras y que cada vez escaseen, y de un modo más evidente, las nuevas ideas. El otro día sentí una tristeza repentina al ver debates sobre quien debería interpretar a John Connor y Sarah Connor en las nuevas versiones de Terminator.
No porque la película fuera a estar mejor, peor o regular. Sino por una tendencia que se ha hecho ya sistemática. Se vuelve a imaginaciones pasadas (de los sesenta hasta los ochenta) no bajo la necesidad de continuar historias o de probar vigencias, sino por el miedo, constatable, obvio y malsano, a las nuevas ideas. A lo que realmente parece temer el sistema es a que una serie de televisión hecha con más cariño que medios desafíe los estatutos de la televisión o a que una película ochentera de escaso relieve se convierta en fuente icónica y cuente con una continuación que la pruebe legendaria. Son, naturalmente, solamente dos referencias a lo que en su origen fueron la tripulación del capitán Kirk y el Doctor Spock y los luchadores / viajeros en el tiempo enfrentados a un poderoso androide venido del futuro.
Y no tengo ninguna reserva con las intenciones saludables de renovación. J.J. Abrams ofreció versiones definitivas y bastante mejor dirigidas y definidas de personajes muy adorados y demostró lo inservible de ciertos dogmatismos respecto a las mitologías populares. Pero el siguiente proyecto de Abrams es, de nuevo, continuar con otra franquicia. Deprime comprobar como no tiene otra elección y como además eso parece ser visto como una buena noticia.
Algo sale mal, en mi opinión, si el cine todavía tiene que recurrir a las historias tejidas hace treinta y cuarenta años. Es un miedo extendido y muy evidente, puede comprobarse también en películas con aspiraciones de secuelas se hacen de manera preconcebida y siguiendo el esquema de ‘Star Wars’(id, 1977) de manera sistemática y tediosa, con el que los más audaces imaginadores de la actualidad (Joss Whedon por citar otro ejemplo) han tenido que negociar y terminar haciendo aventuras, tal vez mejores o de gran calidad, de personajes ya creados, habiendo demostrado capacidad para crear los suyos.
Nada me parece más insalubre para cualquier medio de ficción que la imaginación sea constantemente censurada, restringida y limitada. No se trata de ofrecer un falso dilema binario (películas de gran coste vs cine independiente) con el que frecuentemente se desligan estos debates, sino de reivindicar el cine imaginativo en todos los estamentos y presupuestos.
Es evidente que desde los bajos presupuestos se podrá obrar con mayor libertad que un gran estudio, pero de nada sirve si no apoyamos distribuciones razonables. Porque la imaginación actual de las películas mayoritarias está muerta prácticamente, no cabe duda, pero más alarmante resulta que aceptemos todas y todos a pies juntillas estas omisiones, este ocultamiento de talento y de relatos con excusas de diversos pelajes. La imaginación apela a lo inesperado, a lo desconocido, a la aventura, al arrebato y también a la sabiduría. Dejar que la asesinen por nosotros y no podamos disfrutar de otras, nuevas historias y personajes y ejes dramáticos provocará, con el tiempo, deserciones, aburrimiento e insignificancia.
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