miércoles, 13 de noviembre de 2013

Peros

monetes Al parecer, durante el pase de una película de Rob Schneider, un crítico de cine de un periódico nacional estuvo pasando un rato agradable e incluso visiblemente feliz ante las gansadas del cómico norteamericano. Para sorpresa de Ceballos, quien disfrutó y defendió la película ante la previsible oleada de detractores, el complacido crítico publicó una reseña destructiva, negativa y carga de odio absoluto que en nada parecía responder al rato ameno que había pasado durante el pase de prensa.
Lo que tiene de significativo esta historia es una cosa bien distinta a la hipocresía o a la falta de profesionalidad de determinados escritores de cine. Se trata de las cosas que no nos gusta reconocer, o que lo hacemos a regañadientes. ¿Quién no ha oído, cuando no pronunciado, ese juicio instantáneo y extraño que dice que una película es mala pero te ríes? O sus variantes: “malilla, aunque entretenida” o “estúpida, pero para pasar el rato….”.
Confieso que no he entendido jamás estas expresiones. ¿Qué significan realmente? ¿Que tenemos un alto grado de tolerancia a la estupidez? Si solamente fuera eso, parecería asumible como sinceridad, sin embargo hay un lado encubridor en la frase. Ese encubrimiento viene con la disyuntiva. Pero. En el pero colocamos lo que verdaderamente queremos decir pero no debemos: que la película nos ha resultado graciosa, entretenida o cuanto menos amena.
¿Por qué razón pues colocamos una certeza acerca de la calidad de la película? ¿Por qué elaboramos un juicio así de paradójico y aceptado como común? Tengo una modesta teoría. Una de las tiranías de la inteligencia es que todo el mundo cree reconocerla, cuando no poseerla, y a nadie en su sano juicio le gusta admitir que no es capaz de detectar o tener cierta inteligencia.
Con el “es mala” nos cubrimos frente a cualquier acusación que cuestione nuestro cerebro o nuestras percepciones. Es un signo de miedo, de hostilidad y de auto-defensa naturales: en un medio como el ocio, conviene siempre no solamente dibujar un gusto variado sino también un buen gusto, y el buen gusto, como todo el mundo sabe, es una construcción fundamentalmente social.

Pero no quisiera proseguir con esta crítica sin dar, al menos, algo de ejemplaridad. A mi, queridas y queridos lectores, me gustan mucho los vídeos de micos. Los monos y los chimpancés me hacen feliz. Nada más gracioso ni sublime para mi gusto que ver a Chita ejerciendo monerías. Podría ver una y otra vez aventuras de un chimpancé conduciendo por la sencilla razón de que me parece idiota y graciosisimo. Y no entremos ya a valorar las fotografías de chimpancés haciendo cosas. Nada me hace más feliz. Ni los tan prestigiados vídeos de gatos.
No siento, dicho sea de paso, la necesidad de llamar a esos vídeos “malos” como si hubiera algo malsano o negativo en ellos. Al contrario, estoy muy convencido de la bondad de quienes los hicieron o reprodujeron en la página de Youtube y no menos convencido del talento de quienes captaron una chorrada, difícil pero sublime, de estos animales en su rutina. ¿Por qué iban a ser malos? ¿Y a quien irían dirigidas estas explicaciones?
Entonces ¿por qué no podemos admitir la eficacia de una comedia cuando sus estándares y tipos de humor nos han provocado risa y felicidad? Porque, bien lo decía, queremos dar buena imagen y para quedar bien es necesario asumir la inteligencia y la sofisticación como método,. Pero ¿no sería más sencillo que admitiéramos que no hay nada más democratizador que la risa?

A fin de cuentas, y puestos a dejar de un lado la tragedia, la imagen maravillosa de un pisotón que termina en hostiazo desternillante, o un chiste deliberadamente absurdo y desconcertante de algún bufón inolvidable nos une, tontos, listos, regulares, brillantes, mediocres, grises, en una escala de felicidad absoluta: la del convencimiento que la risa, a veces un misterio y siempre un obsequio formdable, es casi siempre un síntoma de gozosa buena salud.
Nos recomendaron a muchos, padres, madres, profesoras y abuelas que nos tomáramos las cosas con humor. Y lo que pasó fue muy gracioso, pero también muy serio: que nos tomamos el humor muy a pecho y nos queríamos aguantar la risa.

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