Adaptación del libro autobiográfico de Solomon Northup, un ciudadano libre que fue vendido como esclavo y que vivió una auténtica pesadilla, esta es, quizás, la mejor película de todas cuanto haya firmado Steve McQueen, el cineasta que ganó un prestigio un tanto exagerado, en mi opinión, con su estilizada versión del martirio en ‘Shame’ (id, 2011).
Northup (interpretado por un sobrenatural Chiwetel Ejiofor) es, efectivamente, privado de su libertad y termina en una plantación de algodón de Edwin Epps (Michael Fassbender), un propietario extremadamente racista y abusivo que lo someterá a vejaciones y será testigo de como trata a otros esclavos, como Patsey (Lupita Nyong’o).
Este es básicamente el gran drama central de esta temporada de premios y de películas pretenciosas de Hollywood, pero, buenas noticias, aquellos que, como yo, sintieran poco o escaso interés por las piruetas del estilo de McQueen y su más bien sencillota y hasta ocasionalmente reaccionaria (el episodio homosexual en su anterior película) visión del mundo estamos de enhorabuena: ‘12 años de esclavitud’ (12 years a Slave, 2013) es una película lo suficientemente madura y austera como para suponer un favorable cambio de rumbo en su director.
La historia es una de esclavitud, contada sin grandes alardes y con una estupenda y bienvenida claridad mental. No hay que olvidar que la película tiene un escollo importante y es que su público potencial, que nos guste o no es estadounidense, es un público previamente sensibilizado al asunto. No pocas voces lo han hecho ya, pero hay que preguntarse si este lagrimero (de manera legítima, eso sí) y durísimo melodrama servirá para crear un (añorado) relato del Hollywood negro que todavía cuenta con cineastas excepción antes que como habituales presencias dentro de su sistema.
Trazado el reparo, celebremos todos y cada uno de los hallazgos de los que dispone su director, que se toma la modestía de seguir un guión bastante esquemático y práctico en lo histórico de John Ridley, empezando por su reparto. Antes de evaluar a los personajes principales, me gustaría detenerme en un estupendo reparto de secundarios que, con Paul Dano, Brad Pitt (también productor), Benedict Cumderbatch y una impresionante Sarah Paulson, encarnando a la abusadora y también morbosa esposa del villano principal, componen un memorable apartado de caracteres.
Ahora, siendo justos, centrémonos en el trabajo actoral de quienes merecen toda la atención que han recibido e incluso más. Michael Fassbender, ya un habitual en actuaciones de diverso pelaje e índole y cada vez más versátil, ejerce una variación interesante y perturbadora del arquetipo villanil de un Ralph Fiennes en ‘La lista de Schindler’ (Schindler’s List, 1993): el de gran villano-quintaesencia-del-sistema-opresor. Su personaje es amenazador, sombrío, repugnante, pero también verosímil. La renuncia del actor al histrionismo es una buena idea y da mayor entidad al carácter del aniquilador.
Ahora, siendo justos, centrémonos en el trabajo actoral de quienes merecen toda la atención que han recibido e incluso más. Michael Fassbender, ya un habitual en actuaciones de diverso pelaje e índole y cada vez más versátil, ejerce una variación interesante y perturbadora del arquetipo villanil de un Ralph Fiennes en ‘La lista de Schindler’ (Schindler’s List, 1993): el de gran villano-quintaesencia-del-sistema-opresor. Su personaje es amenazador, sombrío, repugnante, pero también verosímil. La renuncia del actor al histrionismo es una buena idea y da mayor entidad al carácter del aniquilador.
Pero quien en mi opinión sale de esta película legitimado es Chiwetel Ejiofor, cuya interpretación es fácilmente el reto menos detectable por la audiencia. Suyo es el papel del hombre injustamente encarcelado en las cadenas habiendo nacido libre, suyo es el rol de causar temblor, conmoción, empatía, pero suyo también es el rol de, respecto a los descendientes de tal barbarie que serán ahora ciudadanos que verán la película en su país, ejercer el valor humanizador de su personaje, sostener la mirada, huir de los clichés, no permitir que la película se fagocite en el drama más facilón. Y es victoriosa su actuación.
Lupita Nyong’o tiene en su parte el dignificar a una victima de abusos sexuales repetidos y lamentables por Edwin Epps, el cruel plantador. McQueen consigue esquivar el sensacionalismo en las escenas, y sospecho que el tono de su actriz contribuye a ello con fiereza: como espectadores, somos puestos delante de un horror que no necesita mayores efectismos, lección que no han aprendido multitud de cineastas en el pasado.
De los vehículos recientes respecto a la esclavitud, este es el más recomendable de ellos, también el más pedagógico: no hay esquinas para la humanidad – para otra humanidad que no sea la de los oprimidos, quiero decir – en un sistema inhumano. La historia de los desposeídos y pobres no está todo lo enfatizada que sería deseable en pos de una mayor perspectiva, y es posible que el relato histórico sea una excusa para que así suceda.
A veces, pareciera que viéramos una versión enteramente sofisticada – en actuaciones, presupuesto e intenciones calculadas – de una olvidada y dolorosa y recomendable gran película sobre esclavitud, la brillante ‘Mandingo’ (id, 1975) tempranamente despreciada en su día como cine explotativo en lo que era un ejemplo poderoso de cuestionamiento de raza y representaciones.
Pero incluso con ello, esta es una película que debe verse y por supuesto sufrirse; no tanto porque logre dignificar a unas víctimas sino porque toma una posición (est)ética ante un conflicto ejemplar, y francamente, aunque no todo el arte es necesariamente ejemplar, cada vez escasean las películas que además de querer serlo, lo consigan, y muy bien.
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