Paradójicamente, lo peor estaba aún por llegar…
Con tan ominosa afirmación finalizaba hace unas semanas la entrada de este especial de cómic en cine correspondiente a la inefable traslación que Albert Pyun y Menahen Golan habían perpetrado con —más bien habría que decir contra— la figura del Capitán América. Un filme que, como pudimos ver, destrozaba al personaje al tiempo que arremetía contra las buenas maneras cinematográficas, enfangando aún más la corta e infructuosa senda por la que los primeros filmes de Marvel habían discurrido hasta entonces.
Y si afirmaba que lo peor estaba aún por llegar es porque estábamos a las puertas de tener que hacer frente al (re)visionado de la que sin duda alguna es la PEOR película que se haya rodado jamás sobre personajes de La Casa de las Ideas —sí, pero aún que la horripilante segunda entrega de cierto motorista calavera—, un filme que, por motivos que veremos más abajo, nunca llegó a estrenarse de forma comercial en salas de cine, algo que habla, aunque no fuera su calidad artística lo que provocó su no-distribución, de las inexistentes virtudes de una cinta que ya olía a vetusta el año de su producción.
‘Los cuatro fantásticos’, la primera familia de Marvel
Suele ser un hecho irrefutable que los mejores negocios surgen fuera de una oficina, lejos de los trajes y corbatas, en un ambiente relajado y distendido. Prueba de ello es el nacimiento de la primera familia Marvel o al menos el concepto de lo que debería ser. Un campo de golf, varios editores de cómics y algo de envidia sana por el éxito que ‘La Liga de la Justicia de América’ estaba cosechando en DC. No hizo falta nada más para que a Martin Goodman, una de las cabezas pensantes de La Casa de las Ideas, se le encendiera un lucecita y propusiera a Stan Lee la posibilidad de crear una cabecera protagonizada por más de un héroe a imagen y semejanza de la mencionada Liga.
Ávido creador de potenciales éxitos, a Lee le bastó con el impulso de Goodman para sacarse de la manga uno de los títulos más representativos de toda la industria del noveno arte, una posición ganada a pulso tanto por el trabajo del guionista como por el desarrollado por la otra parte de la ecuación, el fiel escudero, y en muchas ocasiones caballero de brillante armadura, Jack Kirby, con quien el editor jefe de Marvel había creado un universo poblado de todo tipo de héroes y villanos. Siguiendo paso a paso el famoso método Marvel, nacían ‘Los Cuatro Fantásticos’ para protagonizar unas aventuras en las que las relaciones familiares eran tan importantes como la invasión alienígena de turno.
El grupo formado por el matrimonio Richards, Reed y Sue, el hermano de ésta, Johnny y un fiel amigo de la familia llamado Ben Grimm, obtuvo sus increíbles poderes durante el vuelo de prueba de un cohete experimental diseñado por el propio Reed. Al atravesar una tormenta de radiación cósmica, los tripulantes de la nave consiguieron habilidades que los diferenciarían del resto de mortales: el cabeza de familia podía estirar y deformar cualquier parte de su cuerpo a voluntad, su esposa adquirió la capacidad de volverse invisible y proyectar campos de fuera, para el joven Johnny el fuego dejaría de ser un enemigo y Ben se convertiría en La Cosa, un ser de tremenda fuerza y que lamentablemente tendría un aspecto monstruoso.
A día de hoy y tras casi setecientas entregas a sus espaldas, el cómic protagonizado por esta peculiar familia ha vivido todo tipo de aventuras, algunas con mayor fortuna que otras. Sin embargo, entre todas estas crónicas ilustradas, cabría resaltar dos etapas por encima de todas en las que la calidad de cada uno de los tebeos brilla con luz propia: las firmadas por el tándem Lee/Kirby y la que John Byrne desarrolló como autor completo.
La primera de ellas significó todo un hito en el mundo del cómic mainstream ya que el mismo equipo creativo permaneció inalterable al frente de la colección nada menos que 102 números. Más de un centenar de entregas, anuales aparte, en las que se asentaron los pilares de la serie y definieron cada uno de los miembros y, lo que es más importante, fueron presentados un elenco de personajes secundarios y enemigos que hicieron aún más interesantes las aventuras de Los Cuatro Fantásticos. Una etapa plagada de viajes interdimensionales, amenazas de todo tipo y, sobre todo, experimentación a todos los niveles, no solo en cuanto a guiones se refiere, sino gráficamente.
La evolución que Kirby demuestra a lo largo del centenar de tebeos es sencillamente espectacular. Tras unos comienzos titubeantes, el Rey empieza a firmar algunas de las páginas más recordadas de la colección e incluso se atreve en algunos momentos puntuales con una suerte de collage en la que fotografía e ilustración se dan la mano para dejar boquiabierto a más de un aficionado. La magia, no obstante, llegará a su fin tras una serie de diferencias creativas entre guionista y dibujante que terminó con Kirby en la competencia y la serie en manos de otros autores como John Buscema oJohn Romita, grandes nombres que no consiguieron hacer olvidar el buen hacer de Kirby.
Y eso ocurriría hasta que en 1981 el británico John Byrne se hacía con las riendas de la colección para firmar una etapa mítica que actualmente sigue siendo referencia de cualquier autor que se dedique a esto de los cómics de superhéroes. Tras alcanzar el estatus de estrella del medio gracias a sus números en ‘La Patrulla-X’ junto a Chris Claremont, Byrne aterrizaba en ‘Los Cuatro Fantásticos’ con la idea de revolucionar una serie que transitaba por un eterno erial debido a las incapaces manos que habían pasado por ella. Tras unos primeros números de contacto, el autor revisaba de nuevo el origen del grupo y tomaba ciertas decisiones que llevarían a la cabecera de nuevo a los primeros puestos de las listas de venta, y aún hoy, treinta años después, muchos miramos con cierta nostalgia lo que el artista llegó a desarrollar en una colección que, tras su marcha, volvería a languidecer durante muchos años.
‘The Fantastic Four’, cuando el cine de Marvel tocó fondo
Para contextualizar la situación en la que esta primera producción con un grupo de superhéroes termina por no ver la luz, es necesario exponer el estado en el que se encontraban los esfuerzos de Marvel por conseguir un éxito en la gran pantalla después de la debacle que supuso el ‘Capitán América’ (‘Captain America’, Albert Pyun, 1990). Con Ron Perelman continuando con la desenfrenada expansión de su imperio sin mirar atrás y la editorial afrontando uno de sus momentos más delicados con el zapatazo y posterior fuga de talentos que supuso la fundación de Image, las esperanzas del magnate de conseguir un éxito cinematográfico pasaron por su peor trance durante los años que separan a la cinta del Capi de esta que hoy nos ocupa.
Tras el maltrecho estado en que el paso por la New World, la Cannon y la 21st Century Films había dejado a los proyectos de La Casa de las Ideas para la gran pantalla, la providencial intervención deCarolco, la productora detrás de ‘Terminator 2: El juicio final’ (‘Terminator 2: Judgment Day’, James Cameron, 1992) o ‘Desafío total’ (‘Total Recall’, Paul Verhoeven, 1990), parecía que iba a resolver todos los problemas por los que esta primitiva versión del Universo Cinematográfico Marvel actual estaba pasando. Entrando en escena después de haber adquirido los derechos de cierto trepamuros de manos de Golan, Carolco estaba dispuesta a desembolsar 60 millones de dólares para que James Cameron rodara su guión sobre Spider-man, pero problemas de financiación y una guerra de estudios, dejarían al personaje atascado durante una década hasta el rescate de Sony y Sam Raimi.
Fuera pues la Carolco, y con las pretensiones de series de imagen real para la televisión hundidas irremisiblemente —por ahí se puede encontrar fácilmente las imágenes promocionales que se hicieron con Brigitte Nielsen como Hulka para un piloto que nunca llegó a rodarse—, el mazazo definitivo previo a la entrada de Avi Arad en la compañía y la ulterior fundación de Marvel Films vino de mano de dos nombres, Bern Eichinger y Roger Corman. El primero, un avispado productor alemán responsable de cintas tan dispares como ‘El hundimiento’ (‘Der Untergang’, Oliver Hirschbiegel, 2004) o la saga de ‘Resident Evil’, había adquirido los derechos de adaptación de la primera familia marvelita para Constantin Films allá por 1984, y contaba con un plazo de diez años para producir un filme so pena de perder la posibilidad de hacerlo.
Con la licencia a punto de caducar y los persistentes rumores de que la Fox estaba dispuesta a desembolsar cincuenta millones de dólares para que Chris Columbus rodara una adaptación por todo lo alto de las aventuras de Reed, Ben, Sue y Johnny toda vez los derechos estuvieran disponibles, Eichinger demostró una audacia tremenda a la hora de interpretar las claúsulas que lo forzaban a realizar la película, ya que éstas lo obligaban sólo a eso, a que se filmara, nunca a que se estrenara en cines. Con tal hallazgo en la mano, y una autoimpuesta limitación presupuestaria que no debía sobrepasar el millón de dólares —algo completamente absurdo para una cinta de estas características—, Eichinger implicó al segundo nombre en discordia, un Roger Corman que sería fiel a su fama de “rey de la serie B” y conseguiría rodar la cinta en un plazo de unos 25 días con tan sólo 800.000 dólares —los otros 200.000 se los quedó a sabiendas de que la cinta no iba a reportar beneficios—.
Ocultándole a todo el equipo creativo detrás de la cinta tan fundamental hecho —tamaño era el desconocimiento de que el filme no iba a ver la luz que sus protagonistas se pasearon por diversas convenciones de cómics durante 1993 promocionándola— Corman y Eichinger habían cumplido su objetivo, y el alemán pudo retener los derechos sobre los personajes para, una década más tarde, poder acometer la filmación, ya con fondos en condiciones, de hasta dos cintas con los superhéroes de protagonistas —que éstas dieran los resultados que dieron, será cuestión de análisis cuando lleguemos a ambas—.
Resulta evidente que, con este desolador panorama, poco o nada se puede esperar de lo que ‘The Fantastic Four’ (id, Oley Sassone, 1993) es capaz de ofrecer, y la producción es un cúmulo de despropósitos que alcanzan a todos los factores artísticos implicados, desde la dirección de Sassone —plagada de extrañas angulaciones y un nulo sentido de la narrativa— a las edulcoradas interpretaciones de la totalidad del elenco —quizás se salvaría el fornido Michael Bailey Smith, el actor que encarna a Ben Grimm, que no a la Cosa—, pasando por un diseño de producción que demasiado bien luce para los “cuatro duros” con los que está levantado o un guión en el que, por supuesto, recae un alto porcentaje de los males de la cinta.
Inventando donde no hacía falta que para eso, como apuntábamos arriba, Lee, Kirby y Byrne hicieron muy bien su trabajo en los cómics, el libreto firmado Craig J. Nevius y Kevin Rock parece querer sertal alarde de originalidad que al final termina pasando como una apisonadora por parte del espíritu de los personajes, haciendo cosas como que Reed sea en parte responsable de la transformación de su amigo Victor Von Doom en el “temible” Doctor Muerte, que el Topo sea aquí reinventado como un personaje que poco o nada tiene que ver con su contrapartida aviñetada, o que en lugar de que la transformación de los cuatro sea debida a los rayos cósmicos, se produzca por el paso de un astro llamado Colossus, responsable también del accidente de Doom.
Y para que veáis que no estoy exagerando, y por si acaso hay algún masoquista al que después de leer la entrada todavía le pica la curiosidad por “disfrutar” tan olvidable producción, os dejo con ella, vosotros sabréis lo que os hacéis:
¡Ah!, casi se me olvida, si queréis saber mucho más sobre esta y el resto de las cintas que han llegado a formar parte del Universo Cinematográfico de Marvel, haceos con este espléndido libro. No os arrepentiréis.
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