viernes, 13 de diciembre de 2013

Moonrise Kingdom', de repente, el último verano

moonrise1Ambientada en 1965, en el transcurso de una tormenta y en una isla llamada New Peazonce donde el jovencísimo boy scout Sam Shakusky (Jared Gilman) se fuga con una muchachita que conoció un año antes llamada Suzy Bishop (Kara Hayward). Pronto, su jefe de scouts (Edward Norton), el patoso sheriff (Bruce Willis) y los padres de la niña (Bill Murray y Frances McDormand) emprenderán su búsqueda.
No escribí en su momento una crítica de ‘Moonrise Kingdom’ (id, 2012) por, al menos, dos motivos de peso. El primero es que la unanimidad crítica me resultaba incomprensible, más incluso que los acérrimos e incondicionales seguidores del director de la película, Wes Anderson. Entre sus vindicadores se contaban Mikel y Caviaro. El segundo es porque mi escepticismo iba a ser leído como nota discordante antes que como una valoración, y bien me parecía que las peculiaridades de la película merecían un reposo y también una reconsideración.
Bien, revisitada la película mantengo intacto mi escepticismo pero concedo que estamos ante la película más interesante de su director desde, al menos, ‘Academia Rushmore’ (Rushmore, 1998), ya que esta es la única que presenta el suficiente número de virtudes como para hacer necesaria su apreciación.
Rodada exquisitamente 16 milímetros por el colaborador habitual de Anderson, Robert Yeoman, esta historia de amor tiene una gran diferencia con los anteriores viajes excéntricos de Anderson, que además de girar alrededor del mismo tema – la inmadurez o estancamiento – presentaban una cierta pobreza estilística, al estar basadas todas en una circularidad y repetición (temáticas y visuales) que dejaban de ser graciosas más allá de puntuales destellos técnicos – que apenas significan nada.
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Desde la sublime excentricidad de ‘Life Aquatic’ (THe Life Aquatic with Steve Zissou, 2004) parecía que Anderson lo único que podía hacer era ofrecer versiones más o menos simples, más o menos huecas del mismo asunto lo cual invitaba a pensarse si es que sus aciertos eran tales.
Es curioso pero tanto ‘Los Tenenbaum: Una família de genios’ (The Royal Tenenbaum, 2001) como la citada ‘Life Aquatic’ carecían de lo que para mi era más interesante de ‘Academia Rushmore’: el relato de mentiras y empatía surgidos entre un chico avergonzado por su clase social, incapaz de llevar una vida estudiantil normal y un millonario amargado, solitario y mujeriego, marginado en su propia família.
Llamativamente, los mundos de Anderson han renunciado más a llenarse de experiencia humana o de descripción de algún tipo de conflicto social, y se han hecho más pendientes de tecnicismos ya sean diseños de producción altamente cuidados, grandes y variadas referencias cinematográficas de todo tipo (desde el cine indio pasando por Orson Welles) disfrazadas de humor excéntrico….Pero, en mi opinión, había perdido lo que hizo de su segunda película algo realmente memorable y que no hace más que ganar con el tiempo: un retrato de personajes heridos por la vida y unidos por el amor de una misma mujer (Olivia Williams).
Escrita por Anderson y Roman Coppola, esta peripecia juvenil suple la tendencia de Anderson a navegar por mundos cada vez más solipsistas e inhumanos – sus personajes se expresan de un modo reiterativo, y al estar bañados en excentricidad, justifican su carácter bidimensional – con la época: aquí todos los clásicos momentos musicales de Anderson están justificados por el período, lo que se revela todo un hallazgo. Así, ya sea el disco importado de François Hardy o las canciones deBenjamin Britten que conducen el relato o los ficticios libros, homenaje a los de su tiempo, que lee la heroína no son percibido como otro elemento más del decorado andersoniano, aún siéndolo, sino también como un perfecto (y deliberado) modo de evocar el tiempo en la isla.
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El guión es, por cierto, mucho más convencional de lo que parece. Los conflictos interesantes en lo dramático, y los más perturbadores, apenas se abordan: la relación entre los padres de la chica se resuelve con el mismo y típico chiste desde el principio y el abandono de los padres adoptivos del chico es también desproblematizado, sin dar mayor relieve.
Además, la película termina con el final feliz, perfecto e ideal, en el que los amigos ayudan a los héroes cuando está en peligro y la figura paterna ausente aparece justo a tiempo. Esto y la manía de su director por repetir los mismos chistes (la misma y obsesiva manera de los protagonistas por expresarse en cartas, el mismo gag visual de presentar todo tipo de infantes o adultos acompañados siempre de un segundo al mando..¿de verdad ese es todo el ingenio?) suponen fallas notables al conjunto de la película.
Donde vuela Anderson libre es la intimidad. Ya sea el baile de los protagonistas, donde el descubrimiento de la sexualidad se hace a través de la cercanía de dos besos y de como en ese aprendizaje percibimos cosas que ni siquiera ellos logran alcanzar, ya sea la distancia que hay entre el personaje del sheriff y el que será su hijo adoptado, la de quien comprende que el amor es una buena idea sobretodo cuando uno es joven, porque está mejor ser insensato y porque tal vez ese sea el requerimiento primero del amor y sea la niñez el único momento donde además de requerida, la insensatez sea necesaria y hasta buena.
En esos detalles, de una sensibilidad bella y contagiosa, la película se eleva también con un reparto de actores en perfecto estado de gracia – quiero destacar la recuperación del Bruce Willistragicómico, al fin – y junto al delicioso aspecto visual, acompañado de las habituales coreografías de Anderson (aquí sus travellings laterales se acompañan de algo de descocada cámara al hombro), hacen de esta película una pequeña e imperfecta joya, un buen viaje al primer amor, un último verano inolvidable pero sin que al final pese (del todo) la nostalgia.

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