lunes, 9 de diciembre de 2013

'Carrie', más es menos

Carrie cartelMe hacen mucha gracia algunas de las declaraciones que se pudieron leer en su momento durante la producción de esta nueva versión de ‘Carrie’, primera de las novelas de ese genio del terror y la pesadilla que es Stephen King. Y si me hacen gracia es porque creo que, hablando en términos coloquiales, hay que tener “mucho morro” para afirmar que el filme que hoy nos ocupa pretendía ser muy fiel al texto original del escritor de Maine y no fijarse en lo que Brian De Palma filmara allá por 1976 cuando, a la vista de lo que cualquiera puede comprobar en estos días si se acerca a su cine habitual es todo lo contrario.
Si ya la primera adaptación que se hizo de un texto de King se tomaba no pocas libertades con respecto a lo establecido por el escritor —sobre todo en lo referente al final, que era bastante diferente al de la novela, aportando Lawrence D.Cohen ciertas lecturas que no se encontraban en las páginas del libro— lo que aquí podemos ver, treinta y siete años más tarde, es un remake en toda regla del filme protagonizado por Sissy Spacek que, salvo un par de pequeños apuntes que se rescatan de entre los renglones de la historia primitiva, no se separa en absoluto del guión de su predecesora, apostando, que para eso los tiempos lo exigen, por ser mucho más explícita que aquella en el cruento clímax final.
Carrie 1
Pero, como bien deja entender el titular de esta crítica, “más es (mucho) menos” y lo que Kimberly Peirce rueda aquí es de una irregularidad tan supina que en no pocas ocasiones durante la proyección el que esto suscribe ardió en deseos de abandonarse momentáneamente a la tentación de cerrar los ojos y olvidarse de aquello que estaba sucediendo en pantalla: anodina como ella sola, la labor de realización de la autora de ‘Boys Don’t Cry’ (id, 1999) —una cinta que me pareció muy normalita para todo el bombo que llegó a dársele— carece de cualquier atisbo de brillantez. Y eso es si se la considera de forma aislada, porque al compararla con lo que Brian De Palma llevó a cabo hace casi cuatro décadas, resulta muy evidente que la elección de la cineasta no podría haber sido más errónea y por mucho que se copien angulaciones y encuadres, hay algo llamado talento que no es posible imitar.
(Atención, spoilers) Como tampoco lo es el hecho de que por alterar cuatro detalles sin importancia en el libreto —Cohen y Aguirre-Sacasa, firmantes del guión, rescatan del trabajo del primero para el anterior filme una lluvia final de piedras que De Palma eliminó por su poca efectividad—, y que la tecnología actual permita una visualización mucho más salvaje del despertar de Carrie, vayamos a creernos que estamos ante un filme completamente distinto. Para empezar, la estrechez de miras con la que el guión trata a los personajes es alarmante. Bien es cierto que en la cinta de De Palma no eran un dechado de virtudes que los alejaran de los típicos arquetipos adolescentes, pero también que, con la de años que han transcurrido, se podría haber realizado cierto esfuerzo en estos términos para aportar algo más de cara a unos jóvenes que no hay quien se los crea —y eso cuando nos referimos a aquellos que tienen cierta relevancia en la trama, porque los que conforman el telón de fondo están puestos ahí de mero adorno.
Carrie 2
Con los adultos del filme definidos con igual o peor suerte —de lamentable se podría calificar lo del director del instituto— la atención recae en Carrie y su madre. Lejos de pretender arremeter contra lo que Chloë Grace Moretz y Julianne Moore desarrollan, es dolorosamente evidente que en la comparación con el asombroso trabajo que Spacek y Piper Laurie hacían en la cinta de 1976, ambas actrices salen perdiendo: ni Moretz es capaz de transmitir lo que Spacek conseguía con un par de gestos, ni Moore con toda su cara de alocada llega a instilar aquello que dimanaba de Laurie nada más entrar en escena.
Y aquí es necesario volver a abundar en la afirmación de que “más es menos”: la cinta de Peirce, integrada a las necesidades del público actual, siente la imperiosa necesidad de que al público le quede claro que Carrie tiene poderes, añadiendo unas cuantas escenas en las que la protagonista mueve objetos con su mente para que todo esté muy mascado de cara a la secuencia en el baile de fin de curso. Pero el efecto rebote de tal “claridad” expositiva no se hace esperar, y en cuanto la joven bañada en sangre comienza a desplegar todo su potencial el poco interés que había por seguir los acontecimientos queda reducido a su mínima expresión, no consiguiendo los irregulares efectos digitales a lo “bullet-time” añadir la pretendida efectividad que se supone se buscaba con su inclusión.
Si a todo lo anterior añadimos la completa carencia de ese “mal rollo” con el que tan bien se podría definir a la cinta de De Palma —ese Cristo al que rezaba Carrie en su armario— calificar a este remake de entretenimiento pasajero sería injusto para los filmes que sí lo son, y me inclino más porque la sentencia final con respecto a él sea la de “una enorme pérdida de tiempo que nada aporta a lo que pudimos ver hace cuatro décadas”. Y cuidado, que nadie se vaya a creer que la cinta sólo sale perdiendo al ser comparada con su antecesora, ya que si hubiera que considerar sus méritos y deméritos de forma aislada aún podrían caerle bastantes más palos a su burdo sentido narrativo, a la parquedad de su capacidad para intrigar o a la asombrosa ausencia de ese terror psicológico que tan bien quedaba desarrollado en la novela a la que, supuestamente, han querido ser más fieles. Ver para creer…

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