Único, aunque de proporciones considerables, es el problema que, como amante confeso de las cinco adaptaciones que Kenneth Branagh le ha hecho a la obra del bardo, le encontré a priori a este acercamiento de Joss Whedon al texto Shakesperiano; y ese no es otro, obviamente, que la existencia del maravilloso filme que el cineasta británico rodara a comienzos de los noventacon Denzel Washington, Keanu Reeves y Robert Sean Leonard como acompañamiento de fondo de las asombrosas interpretaciones que de Benedicto y Beatriz hacían él mismo y su esposísima en aquellos tiempos, la inconmensurable Emma Thompson.
De no haber sido pues por la existencia de esa delicia constante para los sentidos cinéfilos que era‘Mucho ruido y pocas nueces’ (‘Much Ado About Nothing’, 1993), la apreciación de esta arriesgada versión con la que firmante de ‘Los Vengadores’ (‘The Avengers’, 2012) se “desintoxicaba” del agotador proceso que fue la producción Marvelita lo hubiera tenido más fácil —que no muy fácil— para ganarme desde su primer minuto de metraje. Pero cuando uno tiene grabados a fuego en su memoria cinematográfica el asombroso arranque del filme de Branagh, la maravillosa música quePatrick Doyle compuso para todos y cada uno de los momentos del filme, y ese inolvidable papel que interpetó con desopilante acierto Michael Keaton —por no hablar de nuevo de las cimas que alcanzaban los esposos en sus sendas actuaciones—, poder hacer borrón y cuenta nueva para valorar en su justa medida el divertimento que hoy nos ocupa no es tarea sencilla.
Aún así, y habiendo dejado ya claro lo que para servidor supone la producción comandada por Branagh, evitaré las comparaciones con la misma para centrar el discurso de la crítica en lo que Whedon logra y aquello que termina por escapársele. Y porque siempre es más agradable finalizar una lectura en términos positivos, creo de recibo comenzar por llamar la atención sobre la extrañeza constante que provoca en el espectador el encontrarse con el planteamiento fundamental que vertebra la propuesta del creador de ‘Firefly’ (id, 2002-2003).
Y esta no es otra que traspasar la acción a la actualidad sin que los diálogos sufran ningún cambio con respecto al texto original del literato anglosajón; esto es, que lo que nos encontramos en esta nueva versión de ‘Mucho ruido y pocas nueces’ (id, 2012) es a unos actores que se mueven por el entorno de una lujosa villa estadounidense —situada en Santa Mónica, para más señas—, ataviados con ropa contemporánea y rodeados de tecnología actual, pero que declaman en todo momento siguiendo lo que Shakespeare dejó establecido hace algo más de cuatro siglos.
El rechazo inmediato que esto provoca queda potenciado, no cabe duda, por la aparición constante de muchos de los sospechosos habituales del cine del realizador, y ver al “Agente Coulson” —Clark Gregg— como Leonato, a Nathan Fillion —de nuevo, lo mejor de la función— en la piel del alguacil, a Sean Maher en la de Don Juan o a Frank Kranz en la de Claudio suscita en el subconsciente un alejamiento automático de lo que estamos contemplando, y aunque Whedon y sus “amigachos” y “amigachas” traten por todos los medios de hacernos olvidar que están recitando en inglés clásico, el fuerte contraste con el entorno y las manifestaciones físicas de los actores hace que cueste, y mucho, entrar de lleno en la propuesta.
Paradójicamente, lo que se establece como el mayor reparo que se le puede poner a la producción, termina alzándose como una de sus mejores virtudes, consiguiendo el equipo interpretativo al completo aislar el hecho verbal del gestual, existiendo en todo momento durante el metraje una plena desconexión de ambas facetas que destila momentos tan chocantes y originales como aquél en el que Benedicto hace jogging en el jardin mientras recita el soliloquio referido a las virtudes de la mujer.
Desvestida por completo de alardes técnicos y artísticos, y desnuda de color, el otro pilar sobre el que se apoya el filme es, sin duda alguna, la dirección de Joss Whedon, una labor mediante la que el director demuestra gran ingenio acoplándose a la perfección a lo limitado del escenario y que habla mucho y muy bien de las capacidades narrativas del estadounidense. Unida a la ingeniosa y sutil orientación hacia la lucha de clases que, por mor de la localización de la acción, aporta el cineasta al texto primitivo, y gracias sobre todo a lo eterno de éste, quizás no quepa afirmar que ‘Mucho ruido y pocas nueces’ se sitúe entre las mejores adaptaciones a las que se haya sometido un texto del bardo, pero sí que, a todas luces, es una de las más divertidas.
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