viernes, 20 de diciembre de 2013

Ciencia-ficción: 'Viaje alucinante', de Richard Fleischer

Viaje alucinante cartelOriginalmente pensada para ser una historia que se desarrollara en el siglo XIX y sirviera de homenaje al espíritu de las novelas de Julio Verne, ‘Viaje alucinante’ (‘Fantastic Voyage’, Richard Fleischer, 1966) es una de esas películas que, si las has visto siendo pequeño, se quedan grabadas a fuego en tu memoria cinéfila para acompañarte siempre…y todos sabemos los “peligros” que este hecho comporta cuando, al cabo de muchos años —tantos como componen las tres décadas que casi habían pasado desde la última vez que la vi— uno vuelve a aproximarse a ella con la ilusión de reencontrarse con aquél filme que, junto a otros muchos, sirvió para estimular su imaginación tiempo ha.
Con los temores ante el posible derrumbe de uno de tantos mitos de la infancia más que presentes, y la mirada puesta en un análisis bastante más concienzudo y reflexivo que el que un chaval de ocho o nueve años pudo llegar a hacer, mis miedos acerca de lo que la cinta de Richard Fleischer hubiera acusado el paso del tiempo se disipaban con el primer tramo de la cinta para, desafortunadamente, acudir raudos en todo aquello que discurre en el interior del cuerpo por el que navegan estos “bionautas” de la gran pantalla.
Viaje alucinante 1
(Spoilers de aquí en adelante) Con el ambiente de la Guerra Fría rodeando y determinando el tono del inicio de la cinta, ‘Viaje alucinante’ dedica sus primeros cuarenta minutos —38 si quisiéramos ser muy precisos— a narrar como los gobiernos de Estados Unidos y la U.R.S.S se enfrentan por ser los primeros que logren perfeccionar y estabilizar un revolucionario proceso de miniaturización. Lograda dicha estabilidad por un científico que los estadounidenses han logrado extraer del otro lado del telón de acero, éste sufre un accidente en suelo yanqui que le provoca una hemorragia cerebral inoperable por medios quirúrgicos tradicionales. Y aquí es donde entra en juego el equipo de científicos que, reducidos de tamaño y a bordo de un pequeño sumergible, intentarán eliminar el hematoma y conseguir así los tan ansiados conocimientos que el investigador guarda en su memoria.
Y aunque pueda parecer paradójico, los patrones de originalidad por los que se mueve la trama se quedan en agua de borrajas cuando uno entra a analizar el guión y el paupérrimo desarrollo de personajes. Para empezar, los muchos agujeros que el libreto presenta de cara a aquellos detalles que quedan en el aire —y que tienen que ver con los últimos minutos de proyección y la nula suspensión de credulidad con la que se revisten estos— son de tal entidad que Isaac Asimov, encargado de novelizar el trabajo de Harry Kleiner, tuvo a bien corregirlos dichos errores de bulto y su escrito, publicado seis meses antes del estreno del filme en agosto del 66, fue confundido durante bastante tiempo como el origen de la adaptación llevada a cabo en la película.
Viaje alucinante 2
Junto a dicho bache —que hasta cierto punto se podría disculpar— se sitúan en una posición avezada unos personajes que hacen de la parquedad, norma, adheriéndose todos y cada uno de ellos de forma rabiosa a arquetipos muy trillados que impiden que el público logre conectar de alguna manera con cualquiera, ya sea con el héroe guaperas interpretado con suma sequedad por Stephen Boyd, ya con la mujer florero que es aquí Raquel Welch, ya con ese “malo de la función” que Donald Pleasance telegrafía desde el primer minuto en pantalla, impidiendo que la tensión que sí se palpaba en el tercio inicial del metraje, logre superar la barrera de esos 38 minutos que comentaba antes.
Con tales trabas que superar, lo que resta al espectador que se acerque hoy a ‘Viaje alucinante’ es, de una parte, disfrutar de los planteamientos iniciales, narrados éstos como están con precisión y cierto distanciamiento consciente por parte de un Richard Fleischer que firma aquí un trabajo que no pasa de lo correcto; y, de la otra, poder “deleitarse” con unos efectos visuales que aún hoy sorprenden por sus intentos para escapar de la evidencia: aunque obviamente hayan perdido el lustre que sí tuvieron hace casi cincuenta años, no cabe duda de que la labor del equipo artístico es la máxima responsable de que, cinco décadas más tardes, este viaje al interior del cuerpo humano —que veinte años después será superado, y cómo, por esa maravilla ochentera que es ‘El chip prodigioso’ (‘Innerspace’, Joe Dante, 1987)— siga poseyendo ciertas cualidades que la convierten en uno de esos clásicos del género que todo amante de la ciencia-ficción debería conocer.

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