jueves, 12 de diciembre de 2013

SEMANA DE DUSTIN HOFFMAN HOY EL GRADUADO

Cuarenta Y SEIS desde que se estrenó, no estoy muy seguro de que a estas alturas quepa algún comentario crítico acerca de la segunda película como director de Mike Nichols, y probablemente la más famosa e importante de todas ellas. Pero quizá sí quepa preguntarse si su tema (o su discurso, o su mensaje, como lo queramos llamar) continúa vigente tanto tiempo después, teniendo en cuenta lo que esta película significó en su momento, por su velada crítica a una sociedad burguesa aletargada y (como siempre) decadente. Un cine casi subversivo, que en su descripción de una serie de caracteres, a cada cual más mezquino y trágicamente imperfecto, no dejaba títere con cabeza. Pero, ¿realmente es una película tan valiosa como dijeron? ¿Tan feroz, tan valiente? Como es lógico, yo no viví el impacto de esa película (y aunque hubiera nacido veinte años antes, tampoco lo habría vivido realmente, más que de oídas, por haber nacido en España) pero es fácil imaginarse lo que significó en Estados Unidos en 1967, cuna de la hipocresía sexual más rampante, la historia de este muchachito descarriado.
Y me pregunto (y de paso pregunto al lector, que también tendrá su punto de vista al respecto, digo yo) si precisamente por ser una película norteamericana, por estar encuadrada en esos años tan bulliciosos, tan significativos para el colapso moral del “American Way of Life”, como fueron los últimos años sesenta, ‘El graduado’ (‘The Graduate’), una de las películas más célebres de aquella época, ha sido quizá sobrevalorada hasta la extenuación, o simplemente se ha tomado como artificial referencia para cuestionar una serie de valores, cuando a lo mejor no es más (ni menos) que un drama existencial con algunos buenos y mordaces momentos, que quizá nunca se planteó realmente erigirse en símbolo de nada, aunque ya, a estas alturas, parezca inevitable. Lo que sí tengo claro es que no se trata de una comedia, tal como he leído que la describieron no pocos críticos en su momento (por ejemplo, el ínclito Roger Ebert), pues me parece que la comedia tiende a hablar de gente patética, torpe, graciosa o alocada, pero no oscura, egoísta, perturbada, cuando no miserable o rastrera, como son muchos de los personajes de esta singular película.

Vidas vacías

Los que me lean habitualmente quizá sabrán el poco aprecio que le tengo al trabajo como cineasta de Mike Nichols, un hombre que en el teatro de de Estados Unidos es toda una institución y que, según me acabo de enterar, es una de las pocas personalidades en poseer los cuatro grandes premios de ese país: el Oscar, el Tony, el Grammy y el Emmy. Pero su trayectoria cinematográfica dista mucho de ser genial, aunque seguidores no le falten. En realidad, dista mucho incluso de ser coherente o interesante, salvo un par de títulos aislados y algún hallazgo eventual. Lo único realmente bueno que se puede decir de él es que es un gran director de actores, disciplina que no destaca, precisamente, por su facilidad. Pero ni ha desarrollado una personalidad como cineasta, ni posee un estilo propio, ni es un gran nombre a pesar de su dilatada carrera. Claro que le llegó muy pronto la celebridad, cuando ganó el Oscar por ‘El graduado’, único que le concedieron a la película, lo que da idea de hasta qué punto querían destacar la propuesta formal y la valentía a la hora de tratar ciertos temas. Pero viéndola de nuevo sucede como con la polémica en torno a ‘La vida de Brian’ (‘Life of Brian’, Terry Jones, 1979) y su supuesto ataque a la iglesia católica: tampoco hay para tanto.
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Recién graduado en la Universidad, Benjamin Braddock, un chaval apocado de vientiún años que no sabe qué va a hacer con su vida, termina seducido, pese a sus iniciales reticencias, por la madura y atractiva señora Robinson, lo que tendrá consecuencias imprevistas para su vida cuando se enamore de la hija de su amante. Hay más mala leche, más corrosión cínica en algunas de las miradas, y en algunas de las palabras, y en los gestos de una impresionante Anne Bancroft, así como en ciertos juegos visuales de Nichols, que en una historia que a estas alturas no escandaliza a nadie, que conoce un final feliz, pese a su ambigüedad, y que va perdiendo fuelle a medida que avanza. Creo que para ser la importantísima película que algunos promulgan, ‘El graduado’ debería funcionar a un nivel universal y atemporal, cuyos conflictos y temas pudieran extrapolarse a cualquier situación de la vida real, y esto no sucede. Su marco (la vida adinerada y aburrida de los universitarios y de sus acomodados padres en sus estupendas mansiones) hace difícil que algunos nos identifiquemos con esta supuesta tragicomedia sentimental, y el alcance de su carga crítica se queda en una época y en unas personas muy determinadas.
Eso sí, no puedo negar que por una vez (y nunca más conoció esta inspiración, ¿acaso dirigió otra persona ‘El graduado?...) Nichols se maneja con la puesta en escena audiovisual de manera admirable, empleando como nunca en su vida las herramientas más puramente cinematográficas como son el encuadre, el espacio y el ritmo. Sobre todo en su primera mitad, la cámara y el montaje de Nichols pueden calificarse de audaces. Es notable la presentación de la sombría señora Robinson, que en un fabuloso plano queda completamente diferenciada del resto de los asistentes a la fiesta, o la forma en que, con el encuadre cerrado en el rostro de Braddock, sentimos su creciente agobio. Sin olvidar ese instante estupendo en que la madura señora por fin se desnuda delante de Benjamin, que no puede evitar (al igual que nosotros) fugaces visiones del cuerpo desnudo de su futura amante y pesadilla. Nichols no tiene miedo de situarse en el punto de vista de Benjamin siempre que le es posible, buscando nuestra identificación con él, viendo el drama a través de sus ojos, siendo partícipes de su vacío emocional, de su languidez moral. Era inevitable que algunos establecieran vínculos con una imagen nítida de la muerte definitiva del llamado “Sueño Americano”.
Hay que reconocer, también, que tanto Dustin Hoffman, la ya comentada Bancroft, como la por entonces jovencísima Katharine Ross, que desarrolló una decepcionante carrera tras unos comienzos fulgurantes, están soberbios en papeles bastante difíciles y desde luego muy poco agradecidos, al igual que el resto de un reparto muy bien cohesionado por Nichols y en el que nada sobra y nada falta. Por sobrar, a mí me sobra la melosa música de los Simon & Garfunkel, pues siempre me ha parecido un pegote innecesario que muchas veces termina por transfigurar, o casi, la dirección de actores y el tono entero de la cinta (como sucede en demasiadas películas con la música, me temo, y es que hay pocos directores con sentido musical), convirtiendo este siniestro cuento de hadas en una broma intrascendente a la que se le apagó la chispa y que no queda más que como un epitafio de cierta forma de entender el cine, el sexo y la vida burguesa. ¿Y desde cuándo los epitafios son obras de arte?

Lo mejor, lo peor e imagen favorita

Lo mejor…¿hace falta decirlo? ¡Anne Bancroft! Lo peor: lo dicho, que su impacto fue muy limitado. Ya no impresiona. Es casi ingenua. Mi imagen favorita es, de nuevo, la Bancroft aguantando que el chaval proteste porque lo único que hacen es quedar para tener sexo. Con una actriz como esta tienes media película hecha.
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