Creada en 1986 por Mike Richardson, el propietario de una tienda de cómics que pretendía abrir campo a profesionales con talento creativo que no encontraran su lugar en ninguna de las dos majors,Dark Horse se convirtió a mediados de los noventa, y gracias a la providencial intervención de Frank Miller, John Byrne y Mike Mignola, en un sello bajo cuyo techo verían la luz proyectos tan fundamentales para entender el noveno arte contemporáneo como el ‘Sin City’ del primero, el‘Next Men’ del segundo o el archiconocido ‘Hellboy’ del tercero.
Basada desde sus inicios en la publicación de cómics extraídos de franquicias cinematográficas como la de ‘Alien, el octavo pasajero’ (‘Alien’, Ridley Scott, 1979), ‘Terminator’ (id, James Cameron, 1984) o ‘Depredador’ (‘Predator’, John McTiernan, 1986) —una práctica que continua en la actualidad gracias a la publicación en exclusiva de todos los títulos que sobre el universo de ‘Star Wars’ han visto la luz en viñetas—, resulta curioso que, con la cinta que hoy nos ocupa, el sello diera el salto a la gran pantalla para acumular una nada desdeñable cantidad de títulos durante la década de los noventa que, desafortunadamente, poca o nula relevancia han llegado a revestir en el discurrir de la historia del séptimo arte.
‘La máscara’, un cómic salvajemente divertido
…una combinación entre Tex Avery y TerminatorMike Richardson
Así definía el motor impulsor de Dark Horse a ‘La máscara’, un cómic creado por John Arcudi yDoug Manhke que se basaba en una tira ideada por el propio Richardson —y desarrollada posteriormente por Mark Badger— y que apareció en los primeros números de ‘Dark Horse Presents’, la cabecera más antigua de la editorial y vehículo para la salida inicial de muchos proyectos que después verían la luz de forma aislada. Tras desechar el trabajo de Badger, que fue politizando poco a poco al personaje, Richardson decidió reiniciarlo, encargando a Arcudi —por aquél entonces un aspirante a escritor de cómics— y a Manhke una aventura que apareció serializada en la antología de historias cortas ‘Mayhem’ para, toda vez ésta fue cancelada, continuar la historia donde la habían dejado en la primera miniserie del personaje.
En los veintidós años que han transcurrido desde entonces, ‘La máscara’ ha sido protagonista de innumerables series y especiales, cruzando sus correrías con personajes de otras editoriales como Marshal Law, Lobo, Grifter o el Joker, nombres tanto o más salvajes que el alocado resultado de cruzar a un mero mortal con una máscara proveniente de los ancestrales cultos africanosque, con el paso de los siglos, terminarían derivando en las prácticas voodoo.
Desopilante en todas y cada una de sus encarnaciones —en los cómics muchos han sido los que ha portado la máscara y se han convertido en “Big Face“— todas y cada una de las miniseries del personaje han hecho de la risa y el desparpajo su mayor virtud, enlazando aventuras alocadas y sin otra pretensión que la de divertir al lector, y contando para ello con la ayuda de artistas como nuestro Ramón F. Bachs, uno de los que mejor impronta dejó en su paso por el personaje.
‘La máscara’, una locura desternillante
Como ya hemos apuntado, ‘La máscara’ (‘The Mask’, Chuck Russell, 1994) fue el primero de los dos filmes que sirvieron a Mike Richardson para dar luz a Dark Horse Entertaiment, empresa subsidiaria de la editorial de cómics y dedicada en exclusiva al desarrollo de adaptaciones a imágenes en movimiento de aquellos personajes de la editorial que así lo merecieran— aunque, como iremos viendo en futuras entradas, las decisiones acerca de qué hacía meritoria a una cabecera para terminar traspasada a celuloide, han sido de lo más peregrinas—.
Si bien los esfuerzos iniciales a la hora de trasladar ‘La máscara’ al cine apuntaron al género de terror —con la New Line viendo al personaje como reemplazo de un Freddy Krueger que no daba para más en la gran pantalla— los problemas de la productora para dar con un guión que mostrara la violencia con cierto sentido del humor terminaron provocando la lógica decisión de que era mucho más fácil rodar una comedia con un alocado sentido de la violencia, una decisión que, no cabe duda, iba en la dirección hacia la que Richardson siempre había empujado a su creación, con la herencia de Tex Avery como principal influencia bajo la que trazar al personaje.
Marcado el tono de filme a fuego por las características de los personajes que el genio de la animación creó durante los años 40 y 50, el problema fundamental al que se enfrentaba la producción de ‘La máscara’ no era tanto encontrar un realizador que supiera aportar el tono adecuado al relato —de hecho, no parece que Chuck Russell, un cineasta con sólo dos filmes a sus espaldas y que llevaba seis años sin ponerse detrás de las cámaras, fuera la decisión más acertada a priori— sinodar con un intérprete semiconocido como para aportar algo de relumbre a una producción de bajo coste —tan sólo 23 millones de dólares— y que, sin toda la parafernalia digital que la cinta iba a necesitar en post-producción, fuera capaz de sostener el filme.
Con nombres iniciales como los de Martin Short o Rick Moranis rechazados por Richardson, fue la sugerencia de Mike Deluca, productor ejecutivo de la cinta, la que terminaría convirtiendo a Jim Carrey en una estrella de la comedia contemporánea. El actor canadiense ya había estrenado como protagonista casi absoluto a principios de 1994 ‘Ace Ventura, un detective diferente’ (‘Ace Ventura: Pet Detective’, Tom Shadyac) y sus muecas y característicos tics serían a partir de la presente producción objeto de mil y una variaciones en la gran pantalla.
Basado de forma leve en la primera miniserie publicada por Dark Horse —la máscara aquí está poseída por el espíritu de Loki y Stanley Ipkiss, el personaje de Carrey, no fallece al poco de encontrarla como si pasa en los cómics—, la apreciación de ‘La máscara’ depende sobremanera de la aceptación inicial de que la única regla de la cinta es que no hay reglas. Máxima derivada de la idiosincrasia de Avery, lo alocado y desenfrenado del tono del filme alcanza sus cotas de mayor paroxismo en los momentos en los que Carrey se transforma en su alter ego, un dibujo animado capaz de realizar cualquiera de las imposibles proezas asociadas a los cartoons —y la foto que encabeza este párrafo es mejor ejemplo que mil palabras— cuyos actos irán regidos, en buena parte, por la animal atracción que el apocado empleado de banca sentirá por Tina, una Cameron Díaz que nunca ha vuelto a estar tan carnal y bella como en este filme.
La trama, que mezcla algo de intrigas de cine negro con humor y acción, es, como podrán imaginar, lo de menos en una cinta de estas características, volcada la atención de los responsables en todo momento a superar de forma constante las diversas barrabasadas cometidas por el protagonista, siendo punto álgido en este sentido el número musical de ‘Cuban Pete’ en el que todo un regimiento de la policía termina bailando al son de las maracas agitadas por un desenfrenado Carrey.
El actor, que da aquí rienda suelta a todo su extensa verborrea gesticular, es el máximo responsable, junto a la imaginativa labor del equipo de efectos visuales —para tener casi veinte años, los trucajes digitales de la cinta resisten muy bien el paso del tiempo—, de la espectacular taquilla de 351 millones de dólares que consiguió la cinta, de sus posteriores encarnaciones en serie de animación e infumable secuela —durante mucho tiempo se rumoreó que Carrey volvería a protagonizar al personaje— y, sobre todo, de que el espectador pase por alto lo raquítico de su guión o la inane dirección de Russell, un cineasta que demostraría con títulos posteriores como las olvidables ‘Eraser’ (id, 1996) o ‘El rey Escorpión’ (‘The Scorpion King’, 2002) no estar hecho para eso de sentarse en la silla de realizador.
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