‘Star Crash, choque de galaxias’ —nótese primero la similitud del nombre con la obra de Lucas, título con el que se exhibió la película en el marcado internacional, y luego el imbécil título español, también la clarísima referencia del original italiano— ha pasado a la historia por muchas y diversas razones que no me resisto a comentar. Se trata de uno de los éxitos más grandes de aquellos años en el cine italiano, algo sin duda alucinante. En ella se quiso contar con lo mejorcito para competir con el film galáctico por excelencia, por otro lado de una poderosa y lógica influencia. Por un lado se contrató al mismísimo John Barry para la banda sonora y al cual no se le dejaba ver la película durante su producción por si aquél decidía abandonar el proyecto. Y en su reparto Caroline Munro, David Hasselhoff, Christopher Plummer y Marjoe Gortner.
(From here to the end, Spoilers) El argumento de ‘Star Crash, choque de galaxias’ es un remedo del citado film de Lucas con toques del universo de Flash Gordon y también de conocidos films fantásticos de los sesenta. Así pues después de unos ridículos rótulos que suben por la pantalla —y esto no sería plagio de Star Wars, sino del serial antes mencionado— nos enteramos de la existencia de un villano muy temido —en realidad da risa— de nombre Zart Arn (Joe Spinelli), cuya intención es la de dominar el universo conocido, es evidente. Pero hete aquí que un emperador de nombre pues eso, El emperador —Christopher Plummer al que sabe dios como convencieron, y cuyas intervenciones filmó en un solo día— cuenta con una aguerrida guerrera de nombre Stella Star, para la cual Cozzi siempre quiso a Caroline Munro, musa del cine fantástico, y que visualmente es de lejos lo mejor de la función, que junto a su inseparable robot intentará devolver la paz a la galaxia.
Con la actriz se realiza un doble homenaje por cuanto su nombre pertenece por derecho propia a la antología del cine fantástico, y Cozzi en un movimiento sin vergüenza alguna —puestos a realizar un plagio échale morro— filma dos secuencias que recuerdan a ‘Jason y los argonautas’ (‘Jason and the Argonauts’, Don Chaffey, 1963) y las maravillas que orquestaba el desaparecido Ray Harryhausen, quien también produjo e hizo los efectos visuales de la mítica ‘El viaje fantástico de Simbad’ (‘The Golden Voyage of Sinbad’, Gordon Hessle, 1973), película protagonizada por Munro. Evidentemente la comparación en cuanto a resultados es odiosa, porque si de algo adolece esta película es de unas escenas de acción pésimamente filmadas, y sobre todo cuando hay que aplicar los efectos visuales, que dicho sea de paso, son realmente malos, lo cual no habría tenido demasiada importancia si Cozzi hubiese demostrado inventiva, gracia, garra, algo de espíritu, o al menos demostrar que sabe narrar, algo que aquí no demuestra. Más bien consigue algo realmente difícil, que una historia simple sea confusa, atropellada y caótica.
Podríamos enumerar muchos más homenajes al cine fantástico anterior, pero resultaría hasta cansino —lo del sable luz es delirante—, el film supone una soporífera experiencia alejada por completo del factor nostalgia, bajo cuyo prisma no puede si quiera disfrutarse. La puesta en escena es de un cutrez que sonroja con primeros planos absurdos y una secuencias en un espacio poblado de puntitos de todos los colores filmada con poco sentido de la coherencia —atención al ataque final a la base del villano, como si se tratase de la Estrella de la Muerte, con movimiento de cámara que adoptan el punto de las naves acercándose, y atención también a la base en sí, que parece diseñada por un niño—. La supuesta épica de dichas secuencias no aparece por ningún lado por mucho que la música de Barry intente animar la función como si se tratase de John Williams. Barry de todos modos no era tonto, y puede notarse que su partitura no resulta excesivamente ejemplar, como si se oliese el bodrio al que estaba prestando su genio.
David Hasselhoff, al que aún le faltaban unos años para hacerse famoso gracias a la serie ‘El coche fantástico’ (‘Knight Rider, 1982-1986) es uno de los protagonistas centrales, aunque no aparece en escena hasta pasados cincuenta minutos debido a que su participación se sacó prácticamente de la manga al crear un personaje, el hijo del emperador, creando así un triángulo protagonista de nula tensión sexual entre Stella, el príncipe (Hasselhoff) y Akton (Gortner), el supuesto personaje central de nulo carisma.
La gracia de esta película está en verla con un amplio sentido de la perspectiva y con sentido del humor, algo que no creo pueda conseguirse. Los conjuntos que luce Munro son para recordar, el resto para olvidar.
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