Como afirmaba Michael Caine al comienzo de ‘El truco final (el prestigio)’ (‘The Prestige’, Christopher Nolan, 2006), todo truco de magia consta, al igual que toda película, de tres actos: la presentación, la actuación y el prestigio, lo que en cine llamaríamos presentación-nudo-desenlace. Atendiendo a estas fases, el truco se encarga de mostrarnos un objeto ordinario en su primer acto para hacerlo desaparecer en el segundo, convirtiéndolo en algo extraordinario, y trayéndolo de vuelta en el tercero. Y algo así pasa, en mayor o menor medida, con ‘Ahora me ves…‘ (‘Now You See Me’, Louis Leterrier, 2013), una cinta sobre magia, robos y magos ladrones en la que, como todo buen truco, nada es lo que parece.
Precisamente ahí, en el hecho de que en ningún momento las apariencias sean fiel reflejo de la realidad es donde reside la mejor baza con la que Leterrier, Yakin y Ricourt mantienen la ilusión el 99% del metraje, perteneciendo el filme a ese reducido corpúsculo de cintas en las que, por más que uno transcurra la mayor parte del metraje tratando de elucubrar quién es el personaje que está detrás de todo, estará ejercitando sus neuronas en vano, ya que es altamente improbable que, tal y como se desarrolla la trama, pueda intuir el desenlance de la misma. ¿Es esto último una virtud? En estos tiempos de tan limitada imaginación en el cine, sí. ¿Está bien aprovechada? Depende. ¿De qué? Sigan leyendo y puede que encuentren la respuesta.
Lo primero que llama poderosamente la atención en el vertiginoso primer acto de ‘Ahora me ves…’ es precisamente eso, la rapidez y economía narrativa con la que Leterrier pone en pie la presentación de los personajes y el arranque de la acción que después se desarrollará en el segundo: mediante cuatro secuencias desarrolladas en paralelo, el director nos va introduciendo a cada uno de los cuatro magos que serán el centro de atención de la trama en lo que queda de película, siendo Jesse Eisenberg y Woody Harrelson los auténticos “reyes del mambo” y quedandoIsla Fisher y Dave Franco como meros adornos —poco molestos, todo sea dicho— dentro del devenir del espectáculo.
Con una factura impoluta y potente artificialidad —que o bien se acepta desde un principio o determinará en buen grado que la cinta entretenga o no— es en ese mismo acto donde se introducen los cuatro aparentes satélites de la trama: el agente del FBI interpretado con cierta vehemencia porMark Ruffalo, la ubicua Melanie Laurent como su colega de la Interpol y la constante delicia que supone ver, hagan lo que hagan, a Michael Caine y Morgan Freeman —lo mejor del filme, sin duda, su cara a cara—; el primero, un multimillonario que financia a los jóvenes prestidigitadores, el segundo, un showman encargado de desacreditar magos que persigue a “los Cuatro Jinetes” allí donde van.
Tras el primer número en Las Vegas, y expuesto el hecho de que el cuarteto de artistas son supuestamente ladrones de primera fila, el segundo acto del truco/filme discurre haciendo que los veloces movimientos de cámara de Leterrier, la chulería de los actores y los afilados diálogos de Yakin y Ricourt se metan en el bolsillo al público con la esperanza de que no nos fijemos en las muchas trampas sobre las que va montándose el argumento, algo que, de nuevo, dependerá del nivel de tolerancia del espectador y de las ganas de, bien pasarlo bomba con lo que sucede en pantalla, bien plantearse desde una posición hiper-crítica la falsa solidez de lo que ante sus ojos va discurriendo.
Y llegamos así al último acto, ese que denominábamos más arriba como “el prestigio”, un acto en el que todas las piezas terminan por caer en su sitio y que se reserva un as en la manga para los últimos diez minutos de proyección, un as que, como afirmaba más arriba, en ningún momento hemos podido percibir y que se torna en auténtico determinante de las sensaciones últimas que nos transmitirá la cinta.
Caso de no aceptarlo, de considerarlo un burdo movimiento por parte de la historia, el frágil castillo de naipes sobre el que se ha ido asentando ésta caerá derruido irremisiblemente y ‘Ahora me ves…’ no pasará de parecer al espectador esa “magia de baratillo” con la que mi compañero Mikeltitulaba una crítica que concluía aseverando que la cinta es un “fast food cinematográfico que promete mucho, por un rato consigue la ilusión de poder dártelo, pero acaba viniéndose abajo de mala manera”.
Ahora bien, si por el contrario son de los que se han dejado deslumbrar por el ritmo non-stop de la acción y por la mezcla que ésta hace entre magia y robos. Si pertenecen a ese grupo que ha sido capaz de extraer algo de las correctas interpretaciones del elenco —algo doloroso en el caso de unos desaprovechados Caine y Freeman, aun así son lo mejor del reparto—. Y si, por último, no han tratado de ver en la cinta nada más allá de un entretenimiento estival con el que pasar una agradable tarde en el cine y se conforman con el hecho de que el filme les haya entretenido sobremanera, entonces únanse al club de los que pensamos que escapismos como éste, de intermedio calado económico, limitada repercusión mediática y reducidos anhelos artísticos son tan necesarios como el más caro de los blockbusters o el cine independiente más modesto y sesudo.
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